Os echarán mano y os
perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, haciéndoos
comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre (Lc 21, 12-13).
Juan el Bautista fue el primero. Pero
después, más adelante vino Santo Tomás Moro, San Edmund Champión… y así una
larga lista. Jesús, son los que perdieron la cabeza por amor a ti. Perdieron,
la cabeza, si, —se la cortaron— pero al final salieron ganando. Así lo hacía
entender uno de ellos, Tomás Moro, a su hija Meg: «No te preocupes por mí, sea
lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y
todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad mejor».
¿Estoy dispuesto a “perder la cabeza” por
amor Cristo? No hace falta que te la corten…
No preocuparos por
lo que habéis de responder, pues yo os daré tal elocuencia y sabiduría que no
la podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios (Lc 21, 14-15).
Prisionero en la lúgubre Torre de Londres
Santo Tomás Moro escribía a su hija: «Creo que los que me han colocado aquí
piensan haberme hecho gran daño (…) Gracias a Dios, Meg, no existen motivos
para pensar que me hallo en peor situación que en mi propia casa; porque creo
que Dios ha hecho de mí un niño mimado, y me pone en su regazo y me mece».
Ser hijo de Dios, es lo más grande que me
ha podido pasar.
Propósito: ejercer de hijo de Dios.