jueves, 31 de marzo de 2016

Jueves de Pascua. Jesús, que no te tenga miedo



Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Se quedaron aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. (…) Mirad mis manos y mis pies: Soy yo mismo. Palpadme y compren­ded (Lc 24, 36.39).
Jesús, ¡vaya susto les diste a tus discípulos!: Se quedaron aterrados y llenos de miedo. ¡Te confundían con un fantasma, y eras Tú! Seguro que les querías dar un susto y te morías de risa viéndoles así. Jesús, tengo que reconocer que, a veces, también me pasa lo mismo: En la oración te tengo delante, te miro con cariño, te hablo y… ¡me das miedo! Pienso que me vas a pedir demasiado, que me vas a complicar la vida. Jesús, si me ves con cara de susto, ríete un poco de mí.
Dile que te enseñe sus llagas. Comprobarás lo mucho que te quiere.
Como no acabasen de creer por la alegría y estuvieran lle­nos de admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Entonces ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Y tomán­dolo comió delante de ellos (Lc 24, 41-43).
Jesús, lo que no termino de entender es que, queriéndote tanto, tus discípulos te dieron para comer pescado... ¡Qué horror! Tengo que re­conocer que a mí el pescado no me gusta mucho. Ya ves, estoy lleno de tonterías. Jesús, ayúdame a detectar y superar tantos remilgos y ca­prichos.
Haz una lista de pequeños sacrificios para combatir los caprichos.
Propósito: ser valiente.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Miércoles de Pascua. Jesús, quédate conmigo



Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída.
Fue en Madrid, en la Universidad Autónoma. No te acuerdas porque todavía no habías nacido. Juan Pablo II fue recibido por las barbudas autoridades académicas. Fuera estábamos los imberbes, gritones en­tusiasmados y bulliciosos estudiantes. Al asomarse el Papa al balcón del rectorado estalló en todas las gargantas un: ¡Quédate con nosotros! ¡Quédate con nosotros! Y el Papa se quedó con nosotros, tan a gusto, a rezar el Ángelus. El barbudo Rector no sabía si soñaba. Jesús, quédate con nosotros, te suplicaron, y Tú aceptaste. Cuando los discípulos de Emaús te pidieron que te quedaras con ellos, Tú, Jesús, les contestas­te con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontraste el modo de quedarte en ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. Permaneced en Mí y Yo en vosotros (Jn 15,4).
Agradécele que se haya quedado.
¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de noso­tros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos hablan. El Divino Caminante sigue haciéndose nuestro com­pañero. Cristo cumple a la perfección su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).
Cuando se te haga el encontradizo reconócele y no le dejes irse solo.
Propósito: quedarme con Jesús.

martes, 29 de marzo de 2016

Martes de Pascua. Jesús, hágase tu Voluntad, no la mía



Se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién bus­cas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré (Jn 20, 14-15).
Jesús, pobre Magdalena, estaba trastornada de tanto llorar. Necesitada y sedienta de su Jesús. Por cierto, Jesús, me encantan las magdalenas, ¿no te lo he dicho? Sobre todo, por las mañanas, mojarlas en el desa­yuno. Pero las muy tragonas, cuando las meto en la leche, se hinchan tanto, tanto, que se beben casi toda la leche. Entonces las miro, tan gorditas, tan apetitosas, y riendo me las como. ¡Qué se habrán creído! Así quiero ser yo contigo, como una magdalena sedienta de mi Jesús, como María Magdalena buscando a su Jesús.
Considera en el desayuno, si eres capaz, la lección de las magdalenas.
Jesús le dijo: ¡María! Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: ¡Rabbuni!, que quiere decir Maestro (Jn 20, 16).
¡Lloras más que una Magdalena! Me dicen a veces para hacerme eno­jar. Jesús, no es que yo sea llorón, pero es que a veces bien merece la pena llorar. Sobre todo sabiendo que eres Tú el que me vas a consolar: Bienaventurados los que lloran porque serán consolados... Tanto lloró la Magdalena que se encontró con el mejor consuelo, con Jesús.
Llama a Jesús: Rabbuni, Magister, Teacher, Professore…
Propósito: aprender de las magdalenas.