miércoles, 30 de noviembre de 2016

San Andrés. Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis

Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano (Mt 4, 18).
Jesús, hoy es la fiesta de uno de tus grandes amigos: San Andrés, el her­mano pequeño de Pedro. Fue a orillas del Jordán donde te hizo aquella pregunta interesada: Maestro, ¿dónde vives? (Jn 1, 38). Quizá entonces le dijiste en broma: Por tu interés te quiero Andrés, y añadiste Venid y ve­réis (Jn 1, 39). Estaba claro. Querían que les invitaras a merendar pan con chocolate y pastel de dátiles, especialidad de tu Madre. Y permanecie­ron con Él aquel día. Era como la hora décima (Jn 1, 39). Y se quedaron hasta las tantas, tan a gusto se encontraban. ¡Mira si eran listos!
Dile a Jesús que te invite a merendar… (te puede complicar la vida).
Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: –Venid y seguid­me, y os haré pescadores de hombres (Mt 4, 18-19).
El colmo. Los pescadores fueron pescados. Todo comenzó por una me­rienda a orillas del río Jordán. Andrés fue tratando a Jesús, a su Madre, se fue haciendo cada vez más amigo hasta que llegó un momento en que decidió cambiar de patrón y de mar. En vez de anchoas del mar de Galilea se decidió por pescar almas y almejas (pequeñas almas) en el mar del mundo para Jesús, su nuevo Patrón.
Cuéntale a Jesús lo último que has pescado: un resfriado, un amigo.

Propósito: merendar con Jesús. 

martes, 29 de noviembre de 2016

Que vea con tus ojos, Jesús mío

Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! (Lc 10,23).
—Que me ves, que me oyes... Jesús, cada vez que comienzo un rato de oración repito en la oración introductoria: —Que me ves, que me oyes... Es una forma de ponerme en Presencia de Dios. Pero siempre me pregunto: —Jesús, ¿qué es lo que ves? —¿Qué es lo que tú ves en mi? Lo importante no es lo que yo veo ¡Qué fácil es engañarme! Tantas veces me creo el Rey del Mambo y pienso: Que chico tan simpático soy, que original, que desenfadado... Jesús, lo importante es cómo me ves tú. ¡Que vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma! ¡Qué vea con tus ojos! Y como a tus discípulos me podrás decir: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!
Pide a Jesús Dieciocho ojos para ver mejor.
Muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís y no lo oyeron (Lc 10,24).
El famoso arquitecto inglés, Norman Forter, comentaba en una entrevista que le daba la sensación de que él veía cosas que los demás no veían. Son cosas que le fascinan. Por ejemplo, las pequeñas burbujas que for­ma la espuma del mar le inspiraron para diseñar un edificio. Yo como San José también me fascino: ¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le será concedido no sólo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo!
Fascinarme por poder ver, oír, abrazar y besar a Jesús en la Eucaristía.

Propósito: pedir 18 ojos y fascinarme.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Solo el amor es digno de Fe

Un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en la cama paralítico y sufre mucho» (Mt 8, 5).
Como en las películas de Romanos… Jesús, me imagino al centurión ese como una especie de Hispano, el protagonista de Gladiator, con su brillante coraza y su penacho de plumas, todo lleno de cicatrices. Un centurión se le acercó… bien rodeado de su guardia pretoriana. Pedro, instintivamente, se llevó la mano a la espada, algunos retrocedieron, las Santas Mujeres, ahí, quietas… Pero ¿¡qué hace!? Se ha puesto de rodillas… a los pies de Jesús, llora, balbucea palabras incomprensibles. ¿Qué dice?
Para que aprenda del Centurión cuando me acerque a la Comunión.
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Basta con una palabra tuya y mi criado quedará sano» (…) Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con tanta fe (Mt 8, 6.9).
Jesús, la Fe y el Amor siempre van de la mano. El Fe del Centurión era consecuencia de su Amor. —¡Es que he perdido la Fe...! Decía desa­zonada una persona. Otro le hacía considerar que la fe no se pierde como si fuera una piedrecita: —La Fe no es como una piedrecita que se pierde, es más bien como un niño pequeño que se sostiene en brazos y se abraza. Quizá lo que Usted tuvo no fue Fe, sino pura superstición. La Fe, cuando es verdadera, nunca se pierda.
Pide a Jesús una fe gorda, gorda, más que la del Centurión.

Propósito: abrazar la fe como si fuera un niño pequeño.

domingo, 27 de noviembre de 2016

1º Adviento. ¡Velad!

Velad, pues, porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que horadasen su casa (Mt 24, 37-44)
Jesús, la otra noche tuve un sueño inquietante. Soñé que me hacían un regalo muy bien envuelto. El paquete era bastante grande y lo desen­volví con cuidado para no romper el papel. ¡Maniático que es uno! No es que el envoltorio fuera muy historiado, no; era un vulgar papel marrón de estraza. Cuando por fin, con mucho esfuerzo, conseguí quitar todos los celos —sin romperlo—, e iba a sacar el contenido del paquete… me desperté. ¿¡Qué desilusión!? No. Entonces comprendí claramente, de golpe, que el regalo que Dios me quería hacer era el nuevo día y que mi tarea consistía en ir descubriéndolo, desenvolverlo poco a poco: la Sta. Misa, los macarrones con tomate, la sonrisa de mi hermana, mis amigos, el ketchup… Jesús, cada día estoy rodeado de tanta belleza…
¡Qué me dé cuenta! Jesús, que pillo eres: me hablas hasta en los sueños.
Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad! (Mc 13,37).
Aquella otra niña, cuando era su cumpleaños, nada más despertar, bus­caba el regalo que Dios le tenía preparado: a veces era una nevada, otras un arco iris, los cristales de la habitación empañados. Jesús, que sepa descubrir las bellezas que cada día encierra.
Jesús, tú eres el mejor regalo.

Propósito: desenvolver pero sin romper.

sábado, 26 de noviembre de 2016

El diablo como león rugiente busca a quien devorar

Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la be­bida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día (Lc 21,34).
Jesús, ¿te refieres al botellón? Así de primeras, el plan me parece de lo más cutre. Hay que estar bastante desesperado. Eso de empezar a beber hasta que se embote la mente, dejar de ser tu mismo, hacer el ridículo delante de personas que no te quieren o te quieren solo como un objeto, pues no. Pero sé, Jesús, que cuando voy con los amigos no quiero parecer el raro del grupo y me dejo llevar… Cuando llegue, si llega, el momento y se os eche encima de repente aquel día. Jesús, no me dejes hacer el Canelo, dame valentía de huir. Jesús, prefiero lle­narme de otro licor que tanto le gustaba a San Pablo: el rico licor de la sabiduría.
¿Yo? ¿Botellón? Ni harto de vino… Eso es para desesperanzados.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir” (Lc 23, 36).
Jesús, ¡ayúdame! Dame de tu fuerza. Que no me engañe. Como dice San Josemaría: No tengas la cobardía de ser valiente: ¡huye! (Camino 132). Que me sepa rodear de amigos buenos en los que pueda confiar y no de leones o leonas Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quien devorar (1Pet 5,8). Jolín, que miedo.
Mis amigos, son realmente amigos, o bien son meros cómplices.

Propósito: Saber decir que NO.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Jesús, tu Palabra es una pasada...

El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán ( Lc 21,33).
Jesús, en los últimos dos mil años por aquí ha pasado de todo: el au­tobús, el chatarrero, el afilador, emperadores, profetas de catástrofes, reyes, civilizaciones, imperios, liberadores, tiranos, enterradores de Dios, científicos locos, revoluciones, guerras, desastres naturales... De todo. De todo es de todo. Todo ha pasado de menos tu Palabra. Mis palabras no pasarán… Jesús tu palabra aún resuena entre los hombres. ¡Será por algo! La verdad es que da qué pensar.
Jesús, Tú tienes Palabras de Vida eterna. ¡Qué pasada!
La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
Jesús, quizá sea por esto. Tu Palabra, Tú mismo, Jesús, te has querido quedar con nosotros. Pero no sólo en la Eucaristía (Verbo encarnado) sino también en la Palabra, en la Sagrada Escritura (Verbo encuaderna­do). San Bernardo comenta: habitó, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, habitó en nuestra memoria, habitó en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. Me impresionó aquel sacerdo­te que veía leer el Evangelio y cada poco daba besos. —¿Por qué es Vd tan besucón? Le pregunte: —Doy un beso cada vez que aparece escrito Jesús (el Verbo encuadernado).
Proponte leer una página del Evangelio al día, por lo menos…

Propósito: leer más el Evangelio.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Bienvenido, Jesús

Habrá signos en el sol y en la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo (Lc 21, 23).
Jesús, cuando llegue el fin del mundo será un espectáculo impresionan­te. Sobre todo eso de las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. No sé si lo veré en vivo y en directo, o ya desde el Cielo, pero no me lo pienso perder. En el fondo me da un poco lo mismo, pues cuan­do se está contigo aquí en la tierra lo del fin del mundo no deja de ser un mero trámite. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación (Lc 21, 28). Cuando llegue, si me pilla, levantaré la cabeza para recibirte glorioso, con la mejor de mis son­risas: Jesús, ¡Cuánto te echamos de menos! ¡Bienvenido de nuevo, Jesús!
Sin agobios, piensa si estás bien preparado para la 2ª venida de Jesús.
Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (Ap 12, 1).
Jesús, antes de ayer fue una fiesta de tu Madre la Virgen: Nª Sra de la Medalla Milagrosa. En tu segunda venida sabemos que no vendrás solo, te traerás a tu Madre, bien rodeada también de efectos especia­les: sol, luna, estrellas… ¿También con rugir de olas? Mola.
Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti

Propósito: estar preparado para la 2ª venida.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Sin que me falte un pelo

Os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel (...) por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar tes­timonio. (...) Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá (cfr. Lc 21, 12-19).
Jesús, tu preocupación por la caída del cabello me conmueve y me tranquiliza. No porque me dé miedo quedarme calvo —¡qué tontería!—, sino porque es señal de que nada pasa sin que Tú lo permitas. Jesús, se ríen de mí cuando digo que voy a Misa o que me confieso. Pero lo que más me duele es que, a veces, son precisamente los de mi familia, los que más se burlan. Se cumplen tus palabras: Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán. Jesús, aunque no lo entiendo, todo esto lo permites por un motivo: así tendréis ocasión de dar testimonio de mí. Seré tu testigo. ¡Cuenta conmigo!
Jesús necesita testigos creíbles. ¿Lo soy? ¿Soy creíble o increíble?
Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro (Lc 21, 14-15).
Decía un ateo: mostradme el rostro de cristianos alegres y entonces creeré en el Dios de la Alegría. Jesús, será mi alegría, mi vida coherente, el perdonar, el ayudar a todos, lo que dará a gritos un testimonio silen­cioso de ti. Jesús, perdona, y de la caída del cabello, ¿qué es lo que lo detiene? Me miras socarrón y me dices: ¡El suelo, tontorrón!
Dile que quieres ser santo sin que te falte un pelo.

Propósito: mostrar rostro alegre.

martes, 22 de noviembre de 2016

La Belleza es el resplandor de la Verdad

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del Templo, por la calidad de la piedra y los exvotos (Lc 21, 5).
Jesús, hace unos años tu amigo el Papa emérito Benedicto XVI consagró en Barcelona el templo de la Sagrada Familia, que es una auténtica maravilla. Gaudí, el arquitecto, otro amigo tuyo, decía que: la Belleza es el resplandor de la Verdad. Jesús, cuando salgo por la calle aprecio mucha Belleza en las personas que me encuentro. También ellas, aun­que no lo sepan, aunque no lo valoren, son Templos del Espíritu Santo que habita en sus almas. Son imágenes de Dios y su belleza manifiesta el resplandor de tu Verdad. Los discípulos ponderaban la belleza del Templo, por la calidad de la piedra. Jesús, como ni yo ni las personas que trato somos de piedra, ayúdame a respetar todos tus templos.
¿Cómo es mi mirada? ¿Quita dignidad? ¿Respeta a los demás?
Cuidado con que nadie os engañe (Lc 21, 8).
—¡Pero si,… ahora sí que se puede…! ¡Antes no se podía pero ahora sí!... Que sí, que se lo dijo una vez un cura a una amiga mía... Porque vendrán muchos en mi nombre (Lc 21, 8). —¡Es que no quiero ser el raro del grupo...! Si todo el mundo lo hace, además lo nuestro va en serio… nos queremos. Que nadie os engañe. Jesús, que no me engañe a mí mismo, que es de tontos.
Dile a Jesús: a veces puedo parecer malo, pero nunca tonto.

Propósito: no dejarme engañar.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Presentación Virgen. Dale tú lo que le puedas dar

En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el cepillo del templo (Lc 21,1).
Jesús, estabas agotado, hecho polvo, como mi madre los días de lava­dora. Todo el día de la Ceca a la Meca, predicando sin parar, curando, consolando. Aquel día después de una larga caminata para llegar a Jerusalén, quizá te pesaban las piernas y te sentaste —solo un ratito— junto a la hucha del templo. El ruido de las monedas te hizo levantar la vista: Vio unos ricos que echaban donativos (...); vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pequeñas. —¡Pedro, Santiago, Juan... todos!, ¡pronto, venid! La generosidad de aquella mujer borró de golpe el cansancio de Jesús. —Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie. Judas no entendía nada, no podía entender: —Pero si no vale nada lo que ha echado esta mujer, pensaba Judas. Y yo, ¿lo entiendo?
Sigue unos minutos hablando con Jesús y dile que si lo entiendes.
Vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pe­queñas”
San Josemaría: ¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuan­do la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? —Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des (Camino 829). Mi generosidad, mi entrega es lo que hace descansar, lo que consuela a Jesús. ¿Hasta dónde estoy dispuesto a ser generoso con mi tiempo, con mi dinero, con mi vida? ... ¿¡Sólo!? ¡Qué raca!
Aunque no soy una viuda pobre (o sí), dar a Jesús muchas alegrías.

Propósito: dar alegrías

domingo, 20 de noviembre de 2016

Cristo Rey. ¡Queremos que reines sobre nosotros!

Pilato le dijo: – Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: – Tú lo dices: soy rey (…) Y los soldados se acercaban a Él y le decían: Salve, Rey de los judíos. Y le daban bofetadas (Jn 18, 37. 19, 2).
Jesús, quiero que Tú seas mi Rey, mi soberano. Hasta ahora el reyezue­lo que te ha quitado el trono, que me tiraniza, ha sido mi pereza, el egoísmo, la impureza. Jesús, no sólo esto, sino que además esclavizo a los demás como le sucedía al personaje del Principito: —¡Ah! He aquí un súbdito, —exclamó el rey cuando vio al Principito. Y el Principito se preguntó: —¿Cómo puede reconocerme si nunca me ha visto antes? No sabía que para los reyes el mundo está muy simplificado: Todos los hombres son súbditos. Jesús, ayúdame a derrocar al tirano de mi yo. Quiero que Tú sólo seas mi REY.
Dile que liberarás a todos tus esclavos: tu madre, hermanos, amigos…
Portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las puertas eternas, va a entrar el Rey de la Gloria (Salmo 23).
Jesús, ¡quiero que reines en mi vida, en mis pensamientos, en mi cora­zón! ¿Quieres ser mi Rey? Pero de verdad, no como los reyes de la bara­ja... Y me respondes: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo (Jn 18, 37). En la fiesta de hoy Cristo Rey, Jesús: ¿En qué lugar de mi vida todavía no te dejo reinar? Jesús, yo sí quiero que seas: mi Rey, mi Alma, mi Dios, mi Único, mi Todo...
Coronar a Cristo en mi alma.

Propósito: no ser republicano (en la vida interior).

sábado, 19 de noviembre de 2016

Porque para Él todos están vivos

No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos (Lc 20, 38).
Mis buenas amigas las Ánimas Benditas del Purgatorio están vivitas y co­leando, “porque para Él todos están vivos”. Este mes tienen que estar bien contentas porque llevo un montón de sufragios ofrecidos: Misas, Rosarios, el Vía Crucis... Si cada día saco por lo menos una del “pozo” y llevamos ya 19 días, si las matemáticas no me fallan ya he rescatado ¡19 ánimas! No está nada mal para un tío negado como yo. Pero lo mejor es que van como cohetes directamente al Cielo. Ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios (Lc 20,36). Y desde allá arriba recibiré alguna ayudita. Por lo menos eso espero ¿No?
Piensa en los difuntos de tu familia que pueden necesitar tus oraciones
Y no se atrevían a hacerle más preguntas (Lc 20,40).
De pequeño era famoso por las preguntas tan impertinentes que hacía. Mi abuela se ría mucho y decía que cuando creciera iba a ser detective. ¡Lo quería saber todo!: —¿Y por qué…? Bueno, Jesús, yo no soy como los atontados de tus discípulos. Prepárate que te voy a fusilar a pregun­tas: ¿Por qué es tan guapa tu Madre? ¿Por qué me quieres tanto? ¿Por qué matan a los niños antes de nacer? ¿Por qué hay guerras? ¿Por qué soy tan “bicho”? ¿Por qué no saco más almas del Purgatorio? ¿Por qué no dejo de preguntarte?
Termina el tiempo de oración haciendo preguntas impertinentes a Jesús. Cuanto más impertinentes, mejor.

Propósito: sacar cada día un alma del purgatorio hasta vaciarlo.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Mi casa es casa de oración

Entró Jesús en el Templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración y voso­tros la habéis convertido en una cueva de ladrones (Lc 19, 45-46).
Jesús, entras en el Templo de Jerusalén, y te lo encuentras todo lleno de suciedad, de animales y vendedores. Han convertido la casa de tu Padre en una cueva peor que la de Alí Babá y los Cuarenta ladrones. Esta escena me recuerda que mi alma en gracia es Templo del Espíritu Santo y, por tanto, es también Casa del Padre y tuya. ¿Cómo cuido mi alma? ¿Está llena de animales, de vicios, de suciedad? Jesús, cada vez que comulgo, cada vez que entras en el templo de mi alma, ¡qué ver­güenza y qué pena, si no está lo suficientemente limpia! ¡Ayúdame!
Dile a Jesús que no quieres que tu alma sea una cueva de ladrones.
El celo de tu casa me consume (Jn 13, 16).
Jesús, entras con el látigo. El celo de tu casa me consume. A veces yo también tengo que entrar en mi alma, que es tu templo, con el látigo a lo Indiana Jones. He de cortar por lo sano con modos de vivir, con vicios adquiridos, con la impureza, con algún ambiente… He de entrar con el látigo contra la tibieza, que me hace flojo en la lucha por ser santo, y decir ¡basta! Quiero hacer de mi alma un lugar en el que estés a gusto: limpio, generoso, lleno de cariño y de amor.
Hacer de Indiana Jones en mi alma.

Propósito: Echar a Alí Babá y llamar a Indiana Jones.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti

Y cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró sobre ella (Lc 19, 41).
Jesús, pero cómo, ¿Tú también lloras?; ¿Cómo es posible? ¡Si eres Dios! Sin embargo, me parece que no es la primera vez —eres reincidente—, también lloraste por tu gran amigo Lázaro. Jesús se estremeció en su interior, se conmovió y (…) comenzó a llorar. Decían entonces los ju­díos: Mirad cómo le amaba (Jn 11, 33-35). San Josemaría nos recuer­da: Jesús es tu amigo. —El Amigo. —Con corazón de carne, como el tuyo. —Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro... Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti (Camino 422).
Dile a Jesús que por nada del mundo quieres hacerle llorar.
Lloró sobre ella, diciendo: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos (…) porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho (Lc 12, 20).
Jesús, lo que más te duele de los hombres, de mí, lo que más te hace llorar es la ingratitud, la ceguera. Jesús, quieres traer la paz, la alegría a mi corazón y yo me empeño en no verte, en hacerme el loco, como que no te veo. Jesús, visitas mi alma en la Comunión, en la Confesión, cuando hago un rato de oración. Jesús, quítame las gafas de madera. ¡Que te sepa reconocer!
Termina diciendo que sólo le vas a hacer llorar de risa, de alegría.

Propósito: hacer llorar a Jesús… pero de risa.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Negociad mientras vuelvo

Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguir­se el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez talentos (Lc 19, 12-13).
Jesús, me recuerdas a mi mamá, que es un poco pesada, pero en el fondo es una santa. La pobre no hace más que repetirme aquello de los talentos, sobre todo cuando llegan las notas: —que si no me esfuer­zo lo suficiente, —que si yo quisiera, —que si los sacrificios que hacen para que no me falte de nada... Lo peor es que tiene toda la razón del mundo: ¡Tengo talento! Jesús, me has dado tantos talentos: simpatía, inteligencia, regate, buen humor… ¡Algo tendré que hacer! ¿No?
Habla con Jesús. Dile que pones todo tu talento a su servicio.
Repartió diez talentos, diciéndoles: Negociad mientras vuelvo (Lc19,13).
El Negociad mientras vuelvo me suena al cartel que a veces pone el peluquero en la puerta: —Enseguida vuelvo; estoy en el Bar. Jesús, me has dado un tiempo limitado. No sé cuánto durará mi vida: 100 años, 2 meses, un día más… Sí sé, que un día regresarás y te pondrás muy con­tento por el buen negocio que has hecho conmigo y me dirás Muy bien siervo bueno y fiel… (Lc 19, 17).
Hago el propósito de esforzarme a tope para rentabilizar mis talentos.

Propósito: ser rentable.

martes, 15 de noviembre de 2016

Hoy tengo que alojarme en tu casa

Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo (Lc 19, 2-4).
Zaqueo era menudo y fibroso. Vivía en Jericó, el oasis de Judea. Con el paso de los años, y algún que otro turbio engaño, se había hecho sospechosamente rico. Quizá, su amigo y colega Mateo, le había preve­nido: —Ten cuidado con el Nazareno te va a complicar. —No va a pasar eso, pensó. Con una agilidad felina, lleno de curiosidad, trepó a lo alto de un árbol para ver sin ser visto. Jesús, a veces yo también soy un poco Zaqueo. No sólo por mi pequeño tamaño, sino porque también manten­go las distancias, me subo a la parra para que no me veas.
¿Me dejo ver por Jesús? ¿Me pongo a tiro para que me hable?
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: –Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa (Lc 19, 5-6).
Viendo la higuera con Zaqueo encaramado, quizá Jesús pensó: — ¡Qué higo tan raro!; pero anda..., si es mi amigo Zaqueo. Y dijo: –Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Como fruta madura Zaqueo se bajó del árbol Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Jesús, me ves, te ríes y dices que quieres alojarte en mi alma; eso sí, cuando me baje del guindo o me apee de la burra…
Jesús, ¿hasta cuándo te haré esperar?

Propósito: no subirme a la parra…

lunes, 14 de noviembre de 2016

¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

Pasa Jesús Nazareno. Entonces gritó: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte (Lc 18, 38-39).
Jesús, oigo voces. Como el ciego de Jericó, en mi oscuridad oigo voces a mi alrededor. Unas voces, las de los que se dicen mis amigos —pero en el fondo sólo buscan cómplices, compinches—, quieren que no ha­ble de Dios (lo llaman supersticiones). Quieren que me calle y me rega­ñan: Muchos lo regañaban para que se callara. Otras voces, las de mis amigos de verdad, los que me quieren, me ponen delante de ti: Ánimo, levántate, que te llama. ¿A quiénes hago caso?
Jesús, a mí no me calla ni mi abuela (que, por cierto, es una santa).
Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: –¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: –Maestro, que pueda ver (Mc 10, 49-52).
El ciego Soltó el manto. Siempre me he preguntado: ¿Cómo sería ese manto? ¿Qué tendría de especial? Me imagino un capote pesado y su­cio, multiuso, lleno de manchas, de color indefinido y olor a humedad. Un manto asqueroso, pero era suyo, estaba apegado. El ciego Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Para acercarse a Jesús, para poder dar el salto y ver, hay que estar dispuesto a tirar el manto, y tirar de la manta, estar desprendido de lo material.
Tiras de mi manto y ¿qué sale?: iPad, iPhone…¡Mi teessssoro…!

Propósito: soltar el manto…

domingo, 13 de noviembre de 2016

Seréis mis testigos

Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sina­gogas y a las cárceles, haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre (Lc 21, 12-13).
Juan el Bautista fue el primero. Pero después, más adelante vino Sto Tomás Moro, San Edmund Champión… y así una larga lista. Jesús, son los que perdieron la cabeza por amor a ti. Perdieron, la cabeza, si, —se la cortaron— pero al final salieron ganando. Así lo hacía entender uno de ellos, Tomás Moro, a su hija Meg: «No te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad mejor».
¿Estoy dispuesto a “perder la cabeza” por amor Cristo? No hace falta que te la corten…
No preocuparos por lo que habéis de responder, pues yo os daré tal elocuencia y sabiduría que no la podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios (Lc 21, 14-15).
Prisionero en la lúgubre Torre de Londres Sto Tomás Moro escribía a su hija: «Creo que los que me han colocado aquí piensan haberme hecho gran daño (…) Gracias a Dios, Meg, no existen motivos para pensar que me hallo en peor situación que en mi propia casa; porque creo que Dios ha hecho de mí un niño mimado, y me pone en su regazo y me mece».
Ser hijo de Dios, es lo más grande que me ha podido pasar.

Propósito: ejercer de hijo de Dios.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Sin idolillos, santamente tozudo

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le impor­taban los hombres (Lc 18, 2).
Jesús, ese pobre hombre, mucho juez y todo lo que quieras, pero era un egoísta. No le importaba nada ni nadie, solo su bienestar. Su religión era su estómago o quizá un poco más abajo. Y es que cuando se vacía el Cielo de Dios, se llena la tierra de ídolos: dinero, salud, sexo, éxito. En plan intelectualoide tendría teorías para justificar su ateísmo y rebatir mitologías cristianas. Y el pobre, al alejarse de Dios, poco a poco, quizá sin darse cuenta, también se fue alejando de los hombres. Jesús, para poder amar de verdad a todos tengo que estar cerca de ti, quererles como Tú les quieres, con tu corazón.
Di a Jesús que no quieres ídolos, que le quieres a Él, y con Él a los demás.
Ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme (Lc 18, 2).
Jesús, con esta parábola me dices que te gustan los tíos que como yo te dan la lata, que insisten en sus peticiones. La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad .—Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo im­portante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!..., pero insiste siempre con más confianza (Forja 535).
Aprende de los niños a ser tozudo, a dar la lata. A Jesús le gusta.

Propósito: dar la lata (en la oración). 

viernes, 11 de noviembre de 2016

Donde está el cuerpo se reunirán las águilas

Ellos le preguntaron: –¿Dónde, Señor? Él contestó: –Donde está el cuerpo se reunirán las águilas (Lc 17, 37).
No era precisamente un águila, ni mucho menos. El pajarito se posó ahí, descaradamente, frente a la ventana, sobre la barandilla. Desde allí miraba altivamente, de reojo, primero con un ojo y luego con el otro. Sentado delante del ordenador, sorprendido, bajo la mirada escrutado­ra de aquel pajarillo no se atrevía a mover ni un músculo, no se atrevía a romper la magia del momento. ¿Lo mismo aquel pájaro quería decir algo?
Un pájaro, un comentario suelto, un tropezón, una frase del Evangelio… es así como me habla Dios.
Contemplad los lirios, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos (Lc, 12, 27).
En su ingenuidad, pensaba: —quizá Dios me quiere decir algo. —¡Qué pretencioso!, se dijo a sí mismo. Sin embargo, el pajarito, como si le hubiera leído el pensamiento volvió a mirarle, echó una graciosidad y se marchó volando, dejando su firma en la barandilla. Se acordó, en­tonces, del episodio de Sta. Teresa y el sapo aquel, tan asqueroso, y enseguida le vino a la cabeza que era miércoles, el día y la hora de su confesión semanal. Apagó la compu, agradeció la moción al Espíritu Santo y se fue a confesar. Esa noche soñó con petirrojos y ruiseñores.
Pide a Jesús saber entender el lenguaje que Dios utiliza contigo.

Propósito: agradecer al Espíritu Santo su paciencia.

jueves, 10 de noviembre de 2016

3+2 noviembre 2016


El Reino de Dios está dentro de vosotros

Le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: (…) El Reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17, 20-21).
Jesús, cada día al rezar el Padrenuestro digo: Venga a nosotros tu Reino, y ahora me dices que el Reino de Dios está dentro de vosotros. Jesús, algo me sospechaba. Si no, ¿por qué siempre estoy contento?, ¿por qué encuentro tanta paz y tanta alegría dentro de mí? En mi alma en gracia te encuentro a ti. Algunos de mis amigos, sorprendidos, me preguntan: ¿pero qué pasa contigo?. ¿Es que a ti nunca te duelen las muelas? ¿No tienes problemas?. Y yo pienso —¿Por qué voy a estar triste si tengo a Dios en mi alma, si soy hijo del Todopoderoso, hijo de Dios?
Dile a Jesús que quieres vivir con la alegría del que se sabe hijo de Dios.
Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del Hombre en su día (Lc 17, 24).
Jesús, este verano vi con mis hermanos una gran tormenta. Era de noche, desde la ventana, con las luces apagadas llenos de miedo, veíamos caer los rayos cada vez más cerca. Con cada relámpago se iluminaba toda la habitación como si fuera de día. Jesús, con el fulgor de tu luz ya no hay oscuridad en mi vida.
Jesús, sabes calmar tempestades del alma. Llena de calma mi alma.

Propósito: alma calma.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Basílica de Letrán. Jesús, mi alma es tu mejor Templo

Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados (Jn 2, 13).
Jesús, entras en el Templo de Jerusalén, la Casa de tu Padre y… te lo encuentras todo perdido, lleno de inmundicia, animales y de cambis­tas. Han convertido la casa de tu Padre en un mercado. Esta escena me recuerda que mi alma en gracia es también templo tuyo, Templo del Espíritu Santo y, por tanto, es también Casa del Padre y tuya. ¿Cómo cuido mi alma? ¿Puede ser que, a veces, esté llena de animales: de vicios, de suciedad?
Cerdo limpio nunca engorda… Como no soy un cerdito, siempre limpio
Y haciendo un látigo de cuerdas arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas (Jn 2, 14).
Jesús, entras con el látigo. El celo de tu casa me consume (Jn, 13, 16). A veces, yo también he de entrar con el látigo: he de cortar por lo sano con modos de vivir, con vicios adquiridos, con alguna amistad, con algún ambiente… He de entrar con el látigo contra la tibieza, que me hace flojo en la lucha por ser santo, y decir ¡basta! Quiero hacer de mi alma un lugar en el que estés a gusto, un sitio limpio, generoso, lleno de amor.
Dile a Jesús que quieres que tu alma sea su mejor Templo.

Propósito: alma limpia.

martes, 8 de noviembre de 2016

He aquí la Esclava del Señor

Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc 17,10).
Jesús, Tú nos has dicho que no he venido a ser servido sino a servir (Mt 20,28). Además eres el Hijo de la Esclava del Señor, el título más bonito que adorna a tu Madre. SERVIR, ¡Cómo me gusta esta palabra¡ Servir me identifica más contigo, me hace ser Cristo. Porque servir es amar: Dime loco ¿qué es el amor? Y el loco respondió: Amor es aquello que hace esclavos a los libres y libres a los esclavos. Y no se sabe en qué consiste esencialmente el amor, si en esta esclavitud o en esta libertad. Jesús, hoy por amor a los que más quiero serviré el agua en la mesa, pondré el pan, ordenaré la habitación, recogeré los platos...
Dile a Jesús que quieres ser su siervo, su servidor.
He venido a ser servido sino a servir (Mt 20,28).
Jesús, de entre las almas más delicadas, las que tienen mayor finura interior, has elegido aquellas personas que harán del servicio, el centro de su vida. Estas son tus predilectas, tus preferidas. Trabajan en los hospi­tales, en las escuelas, pero sobre todo trabajan en los hogares cristianos como lo hizo la Santísima Virgen en el hogar de Nazaret. Su vida es su familia, y en su familia encuentran a Dios.
Pregunta a Jesús si quiere que tú seas una de esas personas.

Propósito: servir en la mesa y poner el agua.

lunes, 7 de noviembre de 2016

El que no está conmigo, está contra Mí

Al que escandaliza a uno de esos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arro­jasen al mar (Lc 17,2).
Jesús, las personas mayores piensan que ser niño es ser tonto. Que los niños no se enteran de nada, que no ven, ni oyen, ni escuchan… ¡Qué ingenuos, los mayores! Te dicen: —niño, vete a la cama que esta pelí­cula es para mayores… o —vamos a la playa, pero no mires mucho… Y yo, que lo veo todo y lo juzgo todo, me escandalizo y pienso: lo que mancha a un viejo, mancha a un niño. Al que escandaliza a uno de esos pequeños, más le valdría… Jesús, que tremendo es el pecado de escandalizar a un niño.
Explica a alguno lo difícil que es nadar en el mar con una piedra de molino encajada en el cuello.
Si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18.3).
Jesús, hay gente que ridiculiza la sencillez y la inocencia propia de los niños. Como si ser niño fuera ser memo o idiota. Por eso no me gusta nada la canción: Antes muerta que sencilla. Quieren robar a los niños su infancia, que son, quizá, los años más bonitos de su vida. Y desde pe­queños se empeñan en hacerles mayores, a toda costa: —Pero, como ¿aún no tienes novia? —Ay hija, que aburrida sos; ponte más sexy… Jesús, todo llegará… a su debido tiempo.
Jesús, que dejen a los niños disfrutar tranquilamente de su infancia.

Propósito: por dentro ser niño, aunque me muera de viejo.

domingo, 6 de noviembre de 2016

No es Dios de muertos, sino de vivos

¿De cuál de ellos será la mujer? Porque los siete (hermanos) han estado casados con ella (Lc 20, 36).
Jesús, hay una película super-cursi que le encanta a mi mamá. Se titu­la: Siete novias para siete hermanos. Cada vez que la vemos en casa, la pobre se echa a llorar de emoción. Pero siete hermanos para una sola novia… me parece un poco exagerado. Jesús, creo que el que te preguntaba no buscaba la verdad, sino meterte en un lío. Ahora tam­bién hay gente así que se te acerca buscando “tres pies al gato”: que si Galileo, la Inquisición, la momia de Tutankamon, que si lo dice la TV…
Jesús, que no me confunda con cosas raras y te busque de verdad.
Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos (Lc 20, 38).
Y Dios de Francisco de Asís, Dios de Ignacio de Loyola, Dios de Juan Pablo II, ¿Dios de Tutankamon? Quizá también, ¿por qué no, si fue un buen faraón y se ganó así el Cielo? Y Dios de Josemaría, y Dios de Teresa de Calcuta, y Dios de los niños no nacidos… No es Dios de muertos, sino de vivos. Jesús, eres un Dios de vivos, te gusta la Vida. Contigo están en el Cielo tantos y tantos santos, unos anónimos, otros no. Tantos seres que­ridos, también mi abuela. Jesús, a mí también me gusta la vida, primero la vida aquí en la tierra y luego con tu gracia la Vida contigo en el Cielo.
Repasa a tus seres queridos que ya han pasado de la vida a la Vida.

Propósito: vivir bien la vida.