Y volviéndose a sus discípulos, les dijo
aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! (Lc 10,23).
—Que me ves, que me oyes... Jesús,
cada vez que comienzo un rato de oración repito en la oración introductoria: —Que
me ves, que me oyes... Es una forma de ponerme en Presencia de Dios. Pero
siempre me pregunto: —Jesús, ¿qué es lo que ves? —¿Qué es lo que tú ves en
mi? Lo importante no es lo que yo veo ¡Qué fácil es engañarme! Tantas veces
me creo el Rey del Mambo y pienso: Que chico tan simpático soy, que
original, que desenfadado... Jesús, lo importante es cómo me ves tú. ¡Que
vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma! ¡Qué vea con tus ojos! Y
como a tus discípulos me podrás decir: ¡Dichosos los ojos que ven lo que
vosotros veis!
Pide
a Jesús Dieciocho ojos para ver mejor.
Muchos profetas y reyes desearon ver lo
que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís y no lo oyeron (Lc 10,24).
El famoso arquitecto inglés, Norman Forter, comentaba en una
entrevista que le daba la sensación de que él veía cosas que los demás no
veían. Son cosas que le fascinan. Por ejemplo, las pequeñas burbujas que forma
la espuma del mar le inspiraron para diseñar un edificio. Yo como San José
también me fascino: ¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le será
concedido no sólo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no
vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y
custodiarlo!
Fascinarme
por poder ver, oír, abrazar y besar a Jesús en la Eucaristía.
Propósito: pedir 18 ojos y fascinarme.