viernes, 4 de noviembre de 2016

¿Joven y calculador?: viejo prematuro

Un hombre tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu ges­tión» (Lc 16, 1-2).
Jesús, ¡qué fácil es gastar! Sobre todo cuando no se sabe lo que es ga­narse el pan. De broma dice mi papá que somos unos señoritos y que nos quema el dinero. Es verdad; los domingos, cuando nos da el dinero, la quemadura dura el tiempo que tardamos en correr a gastarlo. Luego, cuando voy a Misa y veo al pobre en la puerta de la iglesia, lo que me “quema” es el alma ¿por qué seré tan tacaño?
Jesús, que sea generoso también con ¿mi? dinero.
El administrador se puso a echar cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza (Lc 16,3).
Jesús, pues yo también echo mis cálculos: hasta dónde estoy dispuesto a dar de mi dinero, de mi tiempo, de mi vida... ¡Me horroriza comprome­terme! Efectivamente soy calculador. El punto 30 de Camino me viene como anillo al dedo: Eres calculador. —No me digas que eres joven. La juventud da todo lo que puede: se da ella misma sin tasa.
¿Pongo límites a Dios? Recuerda que el que es calculador, envejece prematuramente.

Propósito: no ser “calculador”