domingo, 3 de junio de 2018

Jesús, te quiero mucho, ¡pero mucho!


¿Y qué hago con Jesús, el llamado Cristo? Todos contestaron: ¡Que lo crucifiquen! Les preguntó: ¿Y qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: ¡Que lo crucifiquen! (Mt 27, 22-23).
Jesús, tengo que reconocerlo: A veces me resultas un problema: ¿Y qué hago con Jesús? Resulta que salgo con mis amigos, sales en las conver­saciones... y, como le pasaba a Pilatos, no sé qué hacer contigo, no sé cómo defenderte. Tampoco es que Pilatos fuera un monstruo, ni yo soy malo, pero Pilatos actuó según la mentalidad dominante del momen­to, se dejó llevar: por no llamar la atención, por hacer lo políticamente correcto, lo que hacen todos... ¡Que lo crucifiquen! La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre: ¿Y qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: ¡Que lo crucifiquen! La indeci­sión, el respeto humano dan fuerza al mal.
Y este verano, ¿yo, qué hago con Jesús?
¿Y qué hago con Jesús? (...) ¡Que lo crucifiquen! (Mt 27, 22).
Jesús, has sido condenado a muerte porque el miedo al qué dirán de tantos ha sofocado la voz de su conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia: los inocentes son maltratados, condenados y asesi­nados. También ahora. Cuántas veces he preferido el éxito a la verdad, el quedar bien el parecer moderno, a defenderte. Jesús, que nunca te abandone.
Juan Pablo II nos decía que se puede ser moderno y cristiano a la vez.
Propósito: En verano no abandonar a Jesús