¿Y qué hago con Jesús, el llamado
Cristo? Todos contestaron: ¡Que lo crucifiquen! Les preguntó: ¿Y qué mal ha
hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: ¡Que lo crucifiquen! (Mt 27, 22-23).
Jesús, tengo que reconocerlo: A veces me resultas un problema: ¿Y
qué hago con Jesús? Resulta que salgo con mis amigos, sales en las
conversaciones... y, como le pasaba a Pilatos, no sé qué hacer contigo, no sé
cómo defenderte. Tampoco es que Pilatos fuera un monstruo, ni yo soy malo, pero
Pilatos actuó según la mentalidad dominante del momento, se dejó llevar: por
no llamar la atención, por hacer lo políticamente correcto, lo que hacen
todos... ¡Que lo crucifiquen! La sutil voz de la conciencia es
sofocada por el grito de la muchedumbre: ¿Y qué mal ha hecho? Pero ellos
gritaban más fuerte: ¡Que lo crucifiquen! La indecisión, el respeto
humano dan fuerza al mal.
Y
este verano, ¿yo, qué hago con Jesús?
¿Y qué hago con Jesús? (...) ¡Que lo
crucifiquen! (Mt 27, 22).
Jesús, has sido condenado a muerte porque el miedo al qué dirán de
tantos ha sofocado la voz de su conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la
historia: los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. También
ahora. Cuántas veces he preferido el éxito a la verdad, el quedar bien el parecer
moderno, a defenderte. Jesús, que nunca te abandone.
Juan
Pablo II nos decía que se puede ser moderno y cristiano a la vez.
Propósito: En verano no
abandonar a Jesús