viernes, 29 de junio de 2018

Jesús, en mi vida menos espejos y más ventanas


Había una mujer que hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poder en­derezarse (Lc 13,10).
Jesús, ¿por qué aquella mujer estaba tan encorvada? Quizá le sucedió como en el mito griego: Lo que perdió a Narciso fue contemplar su bello rostro reflejado en el agua. A partir de ese momento, se enamoró tan ciegamente de sí mismo que no pudo dejar de mirarse: ni comer, ni be­ber, ni dormir, ni fútbol, ni nada. Ahí murió, encorvado junto al estanque. ¡Pobre Narciso!, ¡Pobre mujer encorvada! No podían dejar de mirarse. Quizá por dentro decían: No me beso porque no me llego, que sino…
Los retrovisores son para ver a los demás. ¿Los tengo bien orientados?
Al verla, Jesús la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos, y enseguida se puso de­recha. Y glorificaba a Dios (Lc 13,10).
Jesús, que cosa más triste es darme vueltas, pendiente de la imagen, del reflejo que provoco en los demás… y así, poco a poco me he con­vertido en un narcisista. Aquella pobre mujer no podía levantar la vista y fuiste Tú quien la llamaste: Al verla, Jesús la llamó, y la enderezaste. Jesús, ¡apiádate de mí! Con tu ayuda, que deje de mirarme el ombligo y te mire a ti y por ti a los demás.
No quiero dar gato por liebre; quiero dar solo tu imagen, reflejarte.
Propósito: No mirarme tanto el ombligo