sábado, 2 de junio de 2018

Jesús, no te dejo ni a sol ni a sombra, ¡siempre contigo!


Y les dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado y des­cansad un poco (...) Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos (Mc 6, 32-33).
Pobrecillos. Los discípulos debían estar hechos polvo, cansadísimos... Jesús, ¡cómo te preocupas por tus apóstoles! ¡Cómo les cuidas!... ¡Cómo, también, me cuidas a mí! A Pedro, cuando estaba muy cansa­do, quizá se le rizaban las barbas y a Mateo tal vez le brillaba un poco más la calva. Son detalles que sólo perciben los ojos de los que aman. Y Tú, Jesús, te dabas cuenta enseguida: Eres un padre con ojos y corazón de madre.
Cuéntale lo cansado que estás para que te reserve sitio en su barca.
Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados (Mt 11, 29).
Eso va por mí, diría San Pedro; ¡Y por mí!, añadió el de la calva reluciente. Venid vosotros solos a un lugar apartado. Y te los llevaste, no a cual­quier sitio, sino... ¡de crucero! ¡De crucero en la barca de Pedro por el Mar de Galilea! Con la mejor compañía Naviera Petrus. Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos. Ellos solos con Jesús, la mar de contentos. Y harían surf y esquí acuático y aguadillas y se lo pa­sarían bomba: Mateo, por favor échate un poco de protector solar en la calva…, diría Jesús.
Dile a Jesús que este verano no le vas a dejar solo ni a sol ni a sombra.
Propósito: Subirme a la barca