jueves, 14 de junio de 2018

El niño iba creciendo…


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para pre­sentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor (Lc 2, 22-23).
Jesús, tus padres, José y María, que te querían mucho, te llevaban al Templo de Jerusalén. A mí también mis padres que me quieren mogo­llón, me llevan cada domingo a Misa. Pero no lo hacen sólo por cumplir la ley, por el cumplimiento (cumplo-y-miento). ¡Qué cutre!, sino por Amor a Dios. Jesús, en la Eucaristía me esperas para alimentar mi alma. ¡Sufres tanto con las almas desnutridas, raquíticas, con las almejas! Al que es­candaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello… (Lc 17,2-3). Y cómo gozas con las almas rollizas, como la mía, bien alimentada, con tu Cuerpo.
No llevar a Misa a los niños es una crueldad, es desnutrir sus almas.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabi­duría; y la gracia de Dios lo acompañaba (Lc 2,22-40).
Llevo 20 años yendo a Misa y no me acuerdo de ninguna homilía. Eso de ir a Misa, ¡no sirve para nada!, se justificaba aquel hombre. Y su amigo le explicó: Llevas 20 años comiendo 3 veces al día y ni siquiera puedes recordar lo que has comido hoy. Pero si no te hubieras alimentado cada día, ahora estarías muerto. Jesús, gracias por alimentarme cada semana con tu Pan y con tu Palabra.
Dile que quieres tener un alma rolliza.
Propósito: No ser almeja