miércoles, 23 de noviembre de 2016

Sin que me falte un pelo

Os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel (...) por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar tes­timonio. (...) Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá (cfr. Lc 21, 12-19).
Jesús, tu preocupación por la caída del cabello me conmueve y me tranquiliza. No porque me dé miedo quedarme calvo —¡qué tontería!—, sino porque es señal de que nada pasa sin que Tú lo permitas. Jesús, se ríen de mí cuando digo que voy a Misa o que me confieso. Pero lo que más me duele es que, a veces, son precisamente los de mi familia, los que más se burlan. Se cumplen tus palabras: Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán. Jesús, aunque no lo entiendo, todo esto lo permites por un motivo: así tendréis ocasión de dar testimonio de mí. Seré tu testigo. ¡Cuenta conmigo!
Jesús necesita testigos creíbles. ¿Lo soy? ¿Soy creíble o increíble?
Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro (Lc 21, 14-15).
Decía un ateo: mostradme el rostro de cristianos alegres y entonces creeré en el Dios de la Alegría. Jesús, será mi alegría, mi vida coherente, el perdonar, el ayudar a todos, lo que dará a gritos un testimonio silen­cioso de ti. Jesús, perdona, y de la caída del cabello, ¿qué es lo que lo detiene? Me miras socarrón y me dices: ¡El suelo, tontorrón!
Dile que quieres ser santo sin que te falte un pelo.

Propósito: mostrar rostro alegre.