lunes, 28 de noviembre de 2016

Solo el amor es digno de Fe

Un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en la cama paralítico y sufre mucho» (Mt 8, 5).
Como en las películas de Romanos… Jesús, me imagino al centurión ese como una especie de Hispano, el protagonista de Gladiator, con su brillante coraza y su penacho de plumas, todo lleno de cicatrices. Un centurión se le acercó… bien rodeado de su guardia pretoriana. Pedro, instintivamente, se llevó la mano a la espada, algunos retrocedieron, las Santas Mujeres, ahí, quietas… Pero ¿¡qué hace!? Se ha puesto de rodillas… a los pies de Jesús, llora, balbucea palabras incomprensibles. ¿Qué dice?
Para que aprenda del Centurión cuando me acerque a la Comunión.
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Basta con una palabra tuya y mi criado quedará sano» (…) Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con tanta fe (Mt 8, 6.9).
Jesús, la Fe y el Amor siempre van de la mano. El Fe del Centurión era consecuencia de su Amor. —¡Es que he perdido la Fe...! Decía desa­zonada una persona. Otro le hacía considerar que la fe no se pierde como si fuera una piedrecita: —La Fe no es como una piedrecita que se pierde, es más bien como un niño pequeño que se sostiene en brazos y se abraza. Quizá lo que Usted tuvo no fue Fe, sino pura superstición. La Fe, cuando es verdadera, nunca se pierda.
Pide a Jesús una fe gorda, gorda, más que la del Centurión.

Propósito: abrazar la fe como si fuera un niño pequeño.