Ellos le preguntaron: –¿Dónde, Señor? Él
contestó: –Donde está el cuerpo se reunirán las águilas (Lc 17, 37).
No era precisamente un águila, ni mucho menos. El pajarito se posó
ahí, descaradamente, frente a la ventana, sobre la barandilla. Desde allí
miraba altivamente, de reojo, primero con un ojo y luego con el otro. Sentado
delante del ordenador, sorprendido, bajo la mirada escrutadora de aquel
pajarillo no se atrevía a mover ni un músculo, no se atrevía a romper la magia
del momento. ¿Lo mismo aquel pájaro quería decir algo?
Un
pájaro, un comentario suelto, un tropezón, una frase del Evangelio… es así como
me habla Dios.
Contemplad los lirios, cómo crecen; no se
fatigan ni hilan, y Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse
como uno de ellos (Lc, 12, 27).
En su ingenuidad, pensaba: —quizá Dios me quiere decir algo.
—¡Qué pretencioso!, se dijo a sí mismo. Sin embargo, el pajarito, como si
le hubiera leído el pensamiento volvió a mirarle, echó una graciosidad y se
marchó volando, dejando su firma en la barandilla. Se acordó, entonces, del
episodio de Sta. Teresa y el sapo aquel, tan asqueroso, y enseguida le vino a
la cabeza que era miércoles, el día y la hora de su confesión semanal. Apagó la
compu, agradeció la moción al Espíritu Santo y se fue a confesar. Esa noche
soñó con petirrojos y ruiseñores.
Pide
a Jesús saber entender el lenguaje que Dios utiliza contigo.
Propósito: agradecer al Espíritu Santo su
paciencia.