Velad, pues, porque no sabéis que día
vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora
de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que
horadasen su casa (Mt 24, 37-44)
Jesús, la otra noche tuve un sueño inquietante. Soñé que me hacían
un regalo muy bien envuelto. El paquete era bastante grande y lo desenvolví
con cuidado para no romper el papel. ¡Maniático que es uno! No es que el
envoltorio fuera muy historiado, no; era un vulgar papel marrón de estraza.
Cuando por fin, con mucho esfuerzo, conseguí quitar todos los celos —sin
romperlo—, e iba a sacar el contenido del paquete… me desperté. ¿¡Qué
desilusión!? No. Entonces comprendí claramente, de golpe, que el regalo que
Dios me quería hacer era el nuevo día y que mi tarea consistía en ir
descubriéndolo, desenvolverlo poco a poco: la Sta. Misa, los macarrones con
tomate, la sonrisa de mi hermana, mis amigos, el ketchup… Jesús, cada día
estoy rodeado de tanta belleza…
¡Qué
me dé cuenta! Jesús, que pillo eres: me hablas hasta en los sueños.
Lo que digo a vosotros, lo digo a todos:
¡Velad! (Mc 13,37).
Aquella otra niña, cuando era su cumpleaños, nada más despertar,
buscaba el regalo que Dios le tenía preparado: a veces era una nevada,
otras un arco iris, los cristales de la habitación empañados. Jesús,
que sepa descubrir las bellezas que cada día encierra.
Jesús,
tú eres el mejor regalo.
Propósito: desenvolver pero sin romper.