sábado, 12 de noviembre de 2016

Sin idolillos, santamente tozudo

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le impor­taban los hombres (Lc 18, 2).
Jesús, ese pobre hombre, mucho juez y todo lo que quieras, pero era un egoísta. No le importaba nada ni nadie, solo su bienestar. Su religión era su estómago o quizá un poco más abajo. Y es que cuando se vacía el Cielo de Dios, se llena la tierra de ídolos: dinero, salud, sexo, éxito. En plan intelectualoide tendría teorías para justificar su ateísmo y rebatir mitologías cristianas. Y el pobre, al alejarse de Dios, poco a poco, quizá sin darse cuenta, también se fue alejando de los hombres. Jesús, para poder amar de verdad a todos tengo que estar cerca de ti, quererles como Tú les quieres, con tu corazón.
Di a Jesús que no quieres ídolos, que le quieres a Él, y con Él a los demás.
Ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme (Lc 18, 2).
Jesús, con esta parábola me dices que te gustan los tíos que como yo te dan la lata, que insisten en sus peticiones. La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad .—Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo im­portante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!..., pero insiste siempre con más confianza (Forja 535).
Aprende de los niños a ser tozudo, a dar la lata. A Jesús le gusta.

Propósito: dar la lata (en la oración).