Se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que
era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella,
pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime
dónde lo has puesto y yo lo recogeré (Jn 20, 14-15).
Jesús, pobre Magdalena, estaba trastornada de tanto llorar.
Necesitada y sedienta de su Jesús. Por cierto, Jesús, me encantan las
magdalenas, ¿no te lo he dicho? Sobre todo, por las mañanas, mojarlas en el
desayuno. Pero las muy tragonas, cuando las meto en la leche, se hinchan
tanto, tanto, que se beben casi toda la leche. Entonces las miro, tan
gorditas, tan apetitosas, y riendo me las como. ¡Qué se habrán creído! Así
quiero ser yo contigo, como una magdalena sedienta de mi Jesús, como
María Magdalena buscando a su Jesús.
Considera
en el desayuno, si eres capaz, la lección de las magdalenas.
Jesús le dijo: ¡María! Ella, volviéndose, exclamó en hebreo:
¡Rabbuni!, que quiere decir Maestro (Jn 20, 16).
¡Lloras más que una Magdalena! Me dicen a
veces para hacerme enojar. Jesús, no es que yo sea llorón, pero es que a veces
bien merece la pena llorar. Sobre todo sabiendo que eres Tú el que me vas a
consolar: Bienaventurados los que lloran porque serán consolados... Tanto lloró
la Magdalena que se encontró con el mejor consuelo, con Jesús.
Llama a Jesús: Rabbuni, Magister, Teacher, Professore…
Propósito: aprender de las magdalenas.