lunes, 7 de marzo de 2016

Como los míos… no hay (padres) iguales

Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Galilea a Judea, fue a verle, y le pedía: (…) Señor, baja antes de que se muera mi niño (Jn 4, 46-47).
Jairo te fue a buscar para que le curases a su hijita de 12 años; la mujer cananea, la de los perritos, consiguió que sanaras a su niña; también lo logró el papá de aquel chico lunático que se tiraba al fuego; incluso la Viuda de Naim, sin pedirlo, sin palabras, sólo con su mirada, consiguió que le resucitaras a su único hijo; hoy, en el Evangelio, es el funcionario de Cafarnaún. Todos estos papás angustiados no pedían para sí mis­mos, sino para sus hijos. Jesús, muchas gracias por darnos a conocer tu misericordia infinita, siempre dispuesto a ayudar.
Sigue dándole gracias a Jesús por ser tan misericordioso.
Sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo es­taba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: Hoy a la una le dejó la fiebre (Jn 4, 51-53).
¡Que susto el del ese hombre! Esperaba lo peor… ¡Que alegría cuando recibió la noticia!: Batió el record de salto de altura, seguro. Jesús eres el mejor antipirético, el mejor remedio contra la fiebre.
Sigue dándole las gracias a Jesús por todas las cosas buenas que te ha dado.

Propósito: Ser agradecido.