Grabad en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser
entregado en manos de los hombres (Lc 9, 44).
Ahora se entiende medio bien, pero a los Apóstoles esta frase que
debían grabar en sus oídos les debió sonar a chino mandarín. Tú, Jesús, que
habías hecho tantos milagros y que ya te habías escapado varias veces de las
garras de los chafas de Herodes, no podías acabar preso por ellos. ¡Qué
no me escandalice de Ti, Jesús! Porque queriéndome tanto, sé que llegará el
sufrimiento. El sufrimiento no me será placentero –eso es masoquismo– pero
ayúdame para que sea feliz sufriendo unido a tu Cruz y ayudando así a los
demás. Te lo pido ahora, en frío, para que no pele cables en el momento
malo.
Ruega
al Señor te dé su gracia cuando llegue la Cruz.
Ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro que no
lo comprendían; y temían preguntarle acerca de este asunto (Lc 9, 45).
Cabal. Cabal lo que me pasa a mi a veces, que no me comprendo –o
me temo lo peor– y no me atrevo a preguntarte en la oración. Cuando me
doy cuenta de que algo no me va a afectar sí te digo como ellos “explícanos
la parábola” (Mt 13, 36) pero cuando me huelo que la explicación me
va afectar de lleno, busco otro tema para hablar contigo, no vaya ser que sea.
Me consuela ver que a los Apóstoles les pasaba algo así, pero ahora te pido que
me ayudes siempre a vencer este miedo tonto.
Pide
consejos a los Apóstoles para no ser penoso con Jesús.
Propósito: Preguntar sin pena a Jesús.