Vinieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: –Jesús, Maestro, ¡ten
compasión! (Lc 17, 11-13).
Hoy apenas hay lepra y además se
cura. Pero entonces era una enfermedad terrible que desfiguraba el rostro: se
quedaban, poco a poco, sin nariz, sin orejas, sin labios, sin párpados... La
gente, al ver leprosos huía horrorizada. Pero Jesús, Tú no; Tú los acoges: Al
verlos, les dijo: –Id a presentaros a los sacerdotes. Jesús, los
pecados, mis pecados son como lepra en el alma. La imagen de Dios que llevo
dentro se va desfigurando. Id a los sacerdotes, me dices y es ahí
donde te encuentro y me limpias: Y mientras iban de camino, quedaron
limpios.
¿Tengo concretado un día y una hora fija a la
semana para confesarme?
Uno de ellos, (...) se volvió
alabando a Dios. (…) ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve,
¿dónde están? (Lc 17, 15-17).
Jesús, echas en falta el
agradecimiento de los nueve. Por eso: Acostúmbrate a elevar tu corazón a
Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. —Porque te da esto y lo otro.
—Porque te han despreciado. —Porque no tienes lo que necesitas o porque lo
tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. —Porque
creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta (…). Dale gracias
por todo, porque todo es bueno (San Josemaría, Camino 268).
Es de bien nacidos ser agradecidos.
Propósito:
dar las gracias siempre.