jueves, 30 de noviembre de 2017

¡Velad!

Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos (Mc 13,33-34).
Jesús, la otra noche tuve un sueño inquietante. Soñé que me hacían un regalo muy bien envuelto. El paquete era bastante grande y lo desenvolví con cuidado para no romper el papel. ¡Maniático que es uno! No es que el envoltorio fuera muy caro, no; era un vulgar papel café de estraza. Cuando por fin, con mucho esfuerzo, conseguí quitar todos los tapes — sin romperlo—, e iba a sacar el contenido del paquete… me desperté. ¿¡Qué desilusión!? No. Entonces comprendí claramente, de golpe, que el regalo que Dios me quería hacer era el nuevo día y que mi tarea consistía en ir descubriéndolo, desenvolverlo poco a poco: la Sta. Misa, el cereal, la sonrisa de mi hermana, mis amigos, el ketchup… Jesús, cada día estoy rodeado de tanta belleza… ¡Qué me dé cuenta!
Jesús, que bueno eres: me hablas hasta en los sueños.
Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad! (Mc 13,37).
Aquella otra niña, cuando era su cumpleaños, nada más despertar, bus­caba el regalo que Dios le tenía preparado: a veces era una nube, otras un arco iris, los vidrios de la habitación empañados. Jesús, que sepa des­cubrir las bellezas que cada día encierra.
Jesús, tú eres el mejor regalo.

Propósito: desenvolver sin romper.