En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: Comprended que si supiera el dueño de casa a qué
hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete (Lc 12, 39-48).
Mi alma es una casa, pero no es una casa cualquiera, es el Templo
del Espíritu Santo. Jesús, que además de habitante eres el arquitecto y el
decorador; has enriquecido mi alma con la Fe, con preciosas colecciones de
virtudes, con los dones del Espíritu Santo... Los ladrones, que lo saben,
merodean por los alrededores buscando por dónde entrar. Lo intentan a través de
los ojos por medio de imágenes sucias; a través de los oídos cuando admito
críticas o marujeos; a través de la boca cuando hablo mal de alguien. Lo
intentan pero no lo consiguen, porque el dueño de la casa está vigilante.
Jesús, nunca robarán lo que te pertenece.
La
mejor compañía de seguridad: la ayuda de tu Ángel Custodio.
Al que mucho se le
dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá (Lc
12,48).
Vida, salud, familia, Mp3, abuelos, colegio, play station, dos
piernas, amigos, regate, mi perro, simpatía, tu Madre Santísima... tantas
cosas. Jesús, me has dado tantas cosas solo por mi cara bonita, hasta la cara
bonita. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá. Y yo ¿Qué te doy?: mi
ratito de oración, mi tiempo de estudio, mi ayuda en casa... ¿Qué más, Jesús?
¿Qué más te puedo dar?
Pregunta
a Jesús que más le puedes dar…
Propósito: mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón.