Un hombre cubierto de lepra, al ver a Jesús, se postró delante y
le suplicó diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Lc 5, 12)
Jesús, Tú haces milagros a quien los
pide, y para pedirlos a veces me falta humildad para hincarme ante Ti y
reconocer que tengo lepra y mostrarla. A veces pesco la lepra por descuido,
pero otras me la busco yo solito, y luego estoy mal y hago sentir mal a los
demás. Pero a quien más daño hace la lepra del pecado es a Ti, causó tu muerte,
pero es ella la que borra mis pecados, si los reconozco y te pido perdón… sin
pena, que te doy una alegría cuando me confieso. Y cuando uno conoce un buen
médico lo recomienda, voy a hacerlo con mis amigos.
Que
admita mi lepra… y que me deje curar.
Y extendiendo Jesús la mano le tocó diciendo: Quiero, queda
limpio. Y al instante desapareció de él la lepra (Lc 5, 12)
Podías haberlo hecho de mil maneras,
pero quisiste, Señor, que nos quedara constancia al oír que quedamos limpios: Yo
te perdono en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… Vete en paz.
Te doy gracias, Jesús, por este Sacramento que me cura, además me fortalece, me
pone limpita el alma. A mi edad a veces puede haber enfermedades graves como la
lepra, pero lo normal son las espinillas o los puntos negros… La confesión es
la mejor crema para las enfermedades del alma, se aplica a necesidad, se
recomienda al menos una vez por semana.
¡Señor,
quiero tu pomada para mi alma!
Propósito:
Usar y recomendar la Confesión