Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre
entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para leer (Lc 4, 16)
Jesús, yo sé por qué cambió el día de ir
al Templo, porque Tú resucitaste el domingo –aunque se puede ir a Misa desde la
tarde del sábado–: allí leen las Escrituras, al final el sacerdote lee el
Evangelio, lo lee sólo él porque en Misa te presta su cuerpo y voz. Yo y los
demás nos paramos para oír el Evangelio porque es tu vida y tu palabra. En Misa
primero me alimenta tu Palabra y luego tu Pan, ambos me llenan el alma; y me
sienta tan bien y me sirve tanto que no me conformo con aquello de la canción
mexicana –“de domingo a domingo te vengo a ver, / cuándo será domingo, Cielito
Lindo, para volver”– y consigo ir entre semana.
Quiero
no distraerme y escuchar con el alma parada el Evangelio
Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó.
Todos en la sinagoga tenían fijos en él los ojos (Lc 4, 22-21)
Guttemberg nació muchos siglos después
de esto, gracias a su invento ahora tenemos libros que se guardan muy bien. En
casa tenemos una Biblia que leo a veces, pero yo tengo mi librito manejable del
Nuevo Testamento, –¡qué bueno sería si consigo leerlo a diario cinco minutos!–
fijar los ojos en él, leerlo es mirarte a Ti, mi Señor. Me contaron que un santo
cuando lo leía besaba el libro cada vez que salía tu nombre, Jesús; yo al menos
voy a besarlo cada día cuando acaben mis cinco minutos mirándote, leyéndote…
aunque me ponga colorado.
Señor,
quiero inventar cosas para que te puedan conocer muchos
Propósito:
Leer y fijarme en Ti… leer y besarte. ¡Ah! y ser inventor.