domingo, 14 de febrero de 2016

Ángel de mi guarda, interceded por mí

El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás (Mc 1,12).
Pero Jesús, —¡¡Cómos es posible!! — ¡¿Tú también sufriste tentaciones?! Pues yo, ya ves, también: se me ocurren cosas descabelladas y, en oca­siones los malos pensamientos de cosas impuras no me dejan en paz. Sé, que, si lo permites es para fortalecerme, porque por muy grande que sea la tentación siempre será mayor tu gracia. También sé que una cosa es sentir y otra consentir, y si en algún momento tengo dudas se lo pregunto al sacerdote, que de eso sabe un montón. Jesús, que me quede tranquilo: una cosa es tener tentaciones y otra distinta es pecar.
En el Padrenuestro no pedimos no tener tentaciones sino no caer en ellas. Eso sí, ¡líbranos del Mal!
Entonces el diablo le dejó, llegaron ángeles y le servían (Mt 4,11).
Jesús, ¡qué contento estoy con mi ángel de la guarda! ¡Un auténtico campeón! Ya me ha sacado de muchos líos. Tendrás que ascenderle en la jerarquía angélica porque lo hace muy bien. La verdad es que a veces se lo pongo difícil y tiene que hacer horas extraordinarias: esa serie de televisión que me hace daño, aquella amistad que no me conviene, esos caprichos, esa comodidad... Le voy a pedir a mi ángel que no me deje hacer el tonto, que huya de las ocasiones de pecar, y sobre todo que no me quiera hacer el valiente.
Habla con tu ángel, alabándolo, hasta que le saques los colores

Propósito: hablar con mi ángel y recomendarle para un ascenso.