sábado, 13 de febrero de 2016

¡Las llamadas perdidas de Dios!

Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme» (Lc 5, 27).
Bueno, Jesús, que ya te voy conociendo. Pasabas por ahí, quizá hacién­dote el despistado, como el que no quiere la cosa. Pero en el fondo querías practicar tu deporte favorito: la pesca. Y ahí, encadenado, bajo el peso del montón de dinero, estaba tu amigo Mateo, un pez gordo. Al pobre no le cuadraban las cuentas: aquí me falta algo…, decía; efectivamente tenía un agujero, un vacío interior que no había forma de llenar: ¡Me falta algo, pero no sé lo que es! Mateo alzó la vista y se encontró con tu mirada. Y le dijo: «Sígueme» Y el gran vacío se le llenó de golpe, y al instante, dejándolo todo, te siguió. ¡Qué alivio! ¡El mejor negocio de su vida!
Esos vacíos que no llenan mi vida, ¿no los podría llenar Jesús?
Él, dejándolo todo se levantó y lo siguió (Lc 5, 27).
Jesús, a veces miro el celular y me lo encuentro lleno de llamadas per­didas, de SMS, Whatsapps. Son mis amigos, que me aprecian y quieren hablar conmigo, contarme sus cosas. En cuanto puedo me pongo en contacto con ellos. Tú también, Jesús, me sigues llamando continua­mente en los aconteceres de cada día. Quieres decirme algo, hacerme presente tu cariño. Y le dijo: «Sígueme» ¿Soy consciente de esas llama­das que me haces? Qué pena si se quedan en el archivo de llamadas perdidas.
Jesús, que no pierda ninguna de tus llamadas.

Propósito: llenar vacíos y responder llamadas.