Se parecen a unos
niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocamos la flauta y no
bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.» (Lc 7, 32)
A veces me siento así, Jesús. No quiero rezar, pero a la vez
quisiera ser el que más cerca de ti está. No quiero ayudar en la casa, y a la
vez quisiera que dijeran que soy el más servicial. Así andaba una vez, hasta
que mi mamá me dijo: pero vos, al final de cuentas ¿qué querés? A ti Jesús, te
contesto, pues que quiero ser buen hijo de Dios, quiero ser buen hijo de mis
papás. Ese objetivo claro me tiene que levantar, como el corredor que aunque se
cae y pierde la competencia, de todas formas se levanta y llega a la meta.
¿Quién
quieres ser? Entonces levántate y ve tras esa meta.
Vino Juan el
Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el
Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho,
amigo de recaudadores y pecadores» (Lc 7, 33-34).
Y en mi camino hacia ti, Jesús, no faltarán los criticones. Los
que no tienen otro oficio que hablar mal del prójimo o andar chismoseando. Y
por andar fijándose tanto en ellos, termina uno haciéndolos pedazos, y al final
de cuentas es uno tan criticón como ellos. Por eso, ayúdame a tener la mirada
fija en ti, y no en el qué dirán. A ser coherente y no prestarme al chisme.
Pídele
a Jesús dominar tu lengua.
Propósito: Pensar
cuál es mi meta en mi vida y contársela a Jesús.