Los escribas y los
fariseos lo observaban a ver si curaba en sábado, para encontrar de qué
acusarle. Pero él conocía sus pensamientos, y dijo al hombre que tenía la mano
seca: Levántate y ponte en medio (Lc 6, 7-8).
Me sorprenden, Jesús, las innumerables ocasiones en que el
Evangelio nos cuenta que Tú no tenías miedo al qué-dirán (osea, a lo que los
demás puedan opinar de uno por un motivo u otro). Tú sabías bien que aquellos
hombres te seguían sólo para ver en qué te podrían criticar. A mí, Jesús, muchas
veces me paraliza lo que vayan a decir los demás. Por ejemplo, si en clase
alguno de mis compañeros se pone a hablar burradas o marranadas, yo me hago el
desentendido, el sueco o ruso (mundialista).
Pídele
a tu ángel de la guarda tips para saber dar la cara por Dios.
Y mirando a su
alrededor a todos ellos, dijo al hombre: Extiende tu mano. Lo hizo, y su mano
quedó curada (Lc 6, 11).
Este milagro me gusta mucho por lo que viene después. Aquel
hombre, Jesús, quedó curado y una nueva vida llena de posibilidades se abrió
ante sus ojos. Era capaz de volver a trabajar, dejó de ser un lisiado y de
vivir de la limosna. Recuperó la dignidad que se pierde cuando uno no tiene
trabajo. Seguramente habrá podido aprender un oficio. Mejoraría la calidad de
vida de su familia. ¡Qué impresionante todas las cosas buenas que venían detrás
de un “sencillo” milagro!
¿Has
pensado en la repercución de tus buenas acciones aparentemente pequeñas?
Propósito: Hacer
“pequeñeces”.