domingo, 30 de septiembre de 2018

Si la envidia fuera verde, cuántos “marcianos” habría


El que no está contra nosotros está a favor nuestro (Mc 9, 39).
Las envidias, eso es lo que a veces arruina todo en la clase. Una vez un compañero de mi clase le propuso al profesor que rezáramos una estampa a San Josemaría pidiendo por una señora que había tenido un accidente en la entrada del colegio. No lo pidió el más piadoso de la clase precisamente, y eso fue lo que me cayó mal. Me enojé con él y no recé bien la estampa por pensar en mis adentros que ese compañero mío era un hipócrita. Después lo pensé con calma. Lo hablé contigo, Jesús. Lo que me había caído mal era que no se me hubiera ocurrido a mí, ni que hubiera sido yo quien sugiriera a mi compañero que rezara.
La envidia se cura dando gracias a Dios por lo que uno tiene.
Y cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mc 9, 40).
¡Cómo cuidas, Jesús, a los tuyos! Como decía San Josemaría: no te dejas ganar en generosidad. Quiero ser tuyo, mi Jesús. Quiero pertenecerte. No es que quiera que la gente me vaya dando vasos de agua (aunque a veces no me vendrían mal, mejor si es alguna bebida rehidratante). Es más, esas palabras tuyas me animan a mostrar que soy tuyo porque voy dando “vasos de agua”. Esa agua puede ser: hacer mi cama, recoger la ropa sucia de mi cuarto, ayudar a poner la mesa, etc.
Menos pensar en ver quién me da de beber y más a quién hidrato.
Propósito: Dar un vaso de agua a alguien.