Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos
solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos (Mc 9,2).
Jesús, hoy en la oración me voy contigo de excursión al monte.
Como siempre te llevas a tus tres apóstoles montañeros, los íntimos.
Yo haré de sherpa y subiré en mi mochila la merienda de todos. Jesús,
¡cómo te gusta el monte!: Tabor, Sinaí, Monte de las Bienaventuranzas,
Gólgota... La ascensión es dura porque la montaña es alta, pero una vez arriba,
¡ha merecido la pena! ¡Qué vista! ¡Qué aire más limpio! Jesús, subir el monte es
como hacer la oración: hay que poner esfuerzo, cuesta, pero luego todo se ve
más claro y, además, Tú estás en la cima esperándome para transfigurarte, para
darme más luces.
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Una montaña no es
alta si un amigo te espera arriba (refrán africano): Jesús me espera.
Se formó una nube que lo cubrió y salió una voz de la nube: Este
es mi Hijo amado; escuchadle (Mc 9,7).
Dios Padre ya no podía aguantar más —si no lo digo reviento—, y
aprovechó la ocasión: Este es mi Hijo amado; escuchadle. Se
siente orgulloso de su Hijo al que quiere tanto. Señor, yo también quiero ser
tu hijo amado porque con tu Gracia cada día me parezco más a Jesús, mi vida
reflejará su Vida.
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Jesús, para parecerme
y reflejar tu vida, primero tengo que escucharte.
Propósito: hablar
menos y escuchar más.