jueves, 19 de septiembre de 2013

Hasta perdona los pecados

Había en la ciudad una mujer pecadora que, al enterarse que estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, se puso detrás a sus pies llorando y comenzó a bañarlos con sus lágrimas (Lc 7, 37-38).

¡Qué envidia, Jesús! Primero por lo fácil que yo tengo encontrarte –en el Sagrario– y lo poco que te busco. Esta mujer tuvo que buscar, y luego se esforzó, y pasó pena al meterse en medio de aquel banquete… la señalarían con el dedo, pero quería estar contigo. ¡Qué envidia, Jesús! Porque a pesar de sus pecados sabe que eres mi-se-ri-cor-dio-so, y que, como está arrepentida, la vas a perdonar. ¡Ojalá yo llorara arrepentido por mis pecados, como esta mujer! Además, yo sé que esos pecados causaron tu Cruz.

·        Llora sin lágrimas de dolor de amor ante tu crucifijo.

Le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados (…) Tu fe te ha salvado; vete en paz (Lc 7, 48.50).

¡Qué alegría, Jesús! Cuando ves mi arrepentimiento, siempre me perdonas. ¡Qué no me acostumbre! Y a veces lo que me pasa es que doy las gracias al confesor, me “voy en paz”, hago la penitencia de una vez y ni te doy las gracias a Ti… Esta mujer seguro que se fue, pero a contarle a sus amigas que era una mujer nueva, que había cambiado, que el Mesías esperado le había perdonado los pecados. A mí, en cambio, me da pena decir que me confieso.

·        Agradece a Jesús su perdón en la Confesión y llévale amigos.


Propósito: Irme en paz y contarlo sin vergüenza.