A Isabel se le
cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y
parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban
con ella. (Lc 1, 57-58).
Jesús, el nacimiento de un niño
siempre trae nervios y muchos quítate de aquí, ándate para allá, no hables
recio, mejor ayuda, etc. Dicen que a los niños, cuando les nace un hermanito,
les entran celos. Juan el Bautista no tenía hermanos mayores. No hubo celos. En
cambio, mucha alegría, en especial en el corazón de Isabel. Sabía que su hijo
venía a preparar tu venida. ¡Qué bonita es la vida cuando se tiene clara una
misión!
¿Te has preguntado cuál es tu misión en esta vida?
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y
querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama
así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él
pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron
maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar
bendiciendo a Dios. (Lc 1, 59-63)
Vaya susto. El mudo habló. Me
imagino la alegría de Zacarías a recuperar el habla. A veces mi mamá me ha
dicho, por qué realmente la tengo ya desesperada, que porqué no me pasa las de
Zacarías un par de horas. Sólo quiere llamar la atención, decían cuando era
pequeño.
¿No seguirás aún queriendo llamar la atención?
Propósito: Actitud de ayuda y no de brazos cruzados.