lunes, 9 de diciembre de 2019

Hombre, tus pecados están perdonados


Subieron al paralítico a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante de Jesús (Lc 5,19).
Jesús, lo del paralítico me recuerda la historia de una niña peruana que caminaba cerro arriba cargada con su hermanito pequeño a la espal­da. El sacerdote, que presenciaba la penosa ascensión, le preguntó: ¿No te pesa? ¿No te cansas?; A lo que la niña respondió sin pestañear: ¡Es que es mi hermano! Jesús, me pones cerca familiares, amigos que son… unos pesados, o que, quizá, tienen parálisis en el alma. Pero, ¡son mis hermanos! ¿Cómo no voy a cogerlos, cargármelos a cuestas y po­nerlos delante de ti?
Jesús: Más pesado soy yo, un peso pesado y bien que me aguantas.
Él viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: Hombre, tus pecados están perdonados (Lc 5,20).
Jesús, enseguida te diste cuenta: Aquel paralítico lo que tenía, sobre todo, era un gran peso en el alma. Por fin pudo escuchar la absolución: Hombre, tus pecados están perdonados, y, ¡qué gran alivio sintió! Sus amigos camilleros, no entendían nada: ¡Pero si lo hemos traído para que le cure! Y se fue a su casa glorificando a Dios, ¡menudo peso se había quitado de encima!
La confesión es un quita-pesos; gracias Jesús por perdonarme siempre.
Propósito: Soltar peso en la confesión