miércoles, 6 de mayo de 2020

“No hay iglesia mejor iluminada que la que arde”


Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas.” (Jn 12, 44).
De pequeño, a veces, me despertaba a media noche. Abría los ojos y entonces encontraba la habitación oscura y silenciosa. No podía evitar imaginar que monstruos horribles y todo tipo de bichos rodeaban mi cama. Yo gritaba a pleno pulmón: ¡Mamá!, ¡Mamaaaaá…! Venía mi madre, somnolienta y sonriente; me tranquilizaba con un beso y a mi lado dejaba una lamparita encendida. Virgen Santa, tú nos has traído a Jesús, la “Luz del Mundo”. Si estoy cerca de Jesús ya no hay tinieblas que se resistan: un poco de luz de tu Hijo disipa las tinieblas más tenebrosas.
¿Qué me da miedo? A la luz de Jesús ya no hay miedo que valga.
Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.” (Jn 12, 45)
Jesús, un día apareció en mi colegio una pintada anticlerical: “No hay iglesia mejor iluminada que la que arde”. Me hizo gracia y recordé la ceremonia de la Vigilia Pascual del Sábado Santo. A la entrada de la Iglesia encendieron una gran fogata con la que el sacerdote encendió un gran cirio. Según entraba en la Iglesia a oscuras cantaba: “Luz de Cristo” y todos respondíamos: “Demos gracias”. Y la ardiente luz de Cristo se extendió e iluminó toda la Iglesia y ya no hay quien la apague.
Dile a Jesús que quieres arder en su amor para iluminar a muchos.
Propósito: iluminar.