Les
dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No. (…) Cuando
descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y
pan. (…) Jesús les dijo: Venid y comed (Jn 21, 5.9).
Jesús,
lo tuyo sí que es espíritu de servicio. Sabías que a Pedro y a Juan les volvían
locos las barbacoas de pescado. No te lo dijeron, sino que Tú, con ojos de
madre, enseguida te diste cuenta: Cuando la Virgen y las otras santas mujeres
les preparaban el almuerzo —pez asado—, veías brillar los ojillos de tus
Apóstoles. Conocías sus gustos, sus platos preferidos y quisiste darles una
sorpresa. Jesús, que yo también tenga ojos y corazón de madre para con los
demás, que sepa adelantarme en los detalles de servicio.
¿Conozco
los gustos de los demás?
Aquel
discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor!
Jesús,
Juan tenía una vista de lince. La barca estaba bastante lejos, pero bien que te
reconoció. Dicen que el amor es ciego, pero resulta que es al contrario: El
amor dilata las pupilas. Pero hay algo que no me parece bien: Jesús, ¡vaya
caradura la de San Juan! ¿¡Cómo si yo no te amara, tanto o más…!? Que San Juan
me perdone, pero eso de aplicarse con exclusividad el título: el discípulo
amado no me parece bien. Y en el fondo de mi corazón oigo que me dices: obras
son amores y no buenas razones.
Compite
con San Juan en el amor a Jesús. A ver quién gana.
Propósito: ganar a
San Juan.