Quédate
con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída.
Fue
en Madrid, en la Universidad Autónoma. Juan Pablo II fue recibido por las
autoridades académicas. Fuera, estábamos los entusiasmados, gritones y
bulliciosos estudiantes. Fue asomarse al balcón del rectorado y estalló en
todas las gargantas: ¡Quédate con nosotros! ¡Quédate con nosotros! Y el Papa se
quedó con nosotros, tan a gusto, a rezar el Ángelus. Jesús Quédate con
nosotros, te suplicaron, y Tú aceptaste. Cuando los discípulos de Emaús te
pidieron que te quedaras «con» ellos, Tú, Jesús les contestaste con un don
mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontraste el modo de
quedarse «en» ellos recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con
Jesús. Permaneced en mí, y yo en vosotros (Jn 15,4). (cfr. JP II Mane Nobiscum)
Agradece
a Jesús que se haya querido quedar.
¿No
es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba
por el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,35).
Una
vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos
«hablan». El divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero. Cristo
cumple a la perfección su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el
fin del mundo (cf. Mt 28,20).
Cuando
Jesús se haga el encontradizo reconocerle y no dejarle nunca más.
Propósito: Quedarme
con Jesús.