sábado, 3 de marzo de 2012

¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!


Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan (Mt 5, 43-44).
Un sacerdote recuerda que después de una guerra fratricida fue a verle una persona muy conocida, a quien habían asesinado muchos parientes en el cruce de un camino rural. Aquella persona quería levantar una cruz grande, precisamente en aquel lugar, como recuerdo de sus caídos. Yo le dije: —No debes hacerlo porque lo que te mueve es el odio hacia los asesinos y aquella cruz te sirve sólo para perpetuar el odio: no será la Cruz de Cristo, sino la cruz del diablo. La cruz no se hizo. Mi interlocutor supo perdonar.
u  ¿Tengo algún resentimiento o rencorcillo con alguien?
Pedro le preguntó —Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete? (Mt 18, 21). Jesús a San Pedro siete veces ya le parecía bastante. Sin embargo le dices: No siete, sino setenta veces siete. Es decir, siempre. Pero perdonar no es olvidar. Me puede pasar como la historia: ¿Por qué sigues echándome en cara mis antiguos pecados? —le dijo el marido a su mujer—; yo creía que los habías perdonado y olvidado. La mujer le replicó: Es cierto, pero quiero que tú no te olvides que yo te he perdonado y olvidado. Tal vez no sea posible olvidar, pero hay que hacer todo lo posible por no estarse acordando.
u  Jesús, que no le dé vueltas a las ofensas, que si no “pelo cables”.
Propósito: perdonar y tratar de olvidar.