domingo, 14 de octubre de 2012

Tú no quieres a Dios, tú cumples mandamientos


(…) salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: –Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Mc 10, 17).
Jesús, acabas de bendecir a los niños de aquel pueblo. Se te hace tarde y tienes que irte. Te acompañan los apóstoles, cuando de repente aparece el hombre-bala: se le acercó uno corriendo, se arrodilló… Jesús, no sé, pero cuando considero la actitud del joven rico me parece cada vez más falsa. Sobreactúa, es teatrero. Recuerda a lo que hacen algunos delanteros para celebrar un gol: van corriendo al corner y se deslizan de rodillas sobre la hierba... ¿Pero por qué espera a que salgas de la ciudad? ¿No pudo hablar antes contigo de forma más discreta? Eso de ir corriendo y ponerse de rodillas, montar el numerito me parece algo forzado.
·         Jesús, no solo fue por las riquezas. Ese joven era pura apariencia.
Todo esto lo he guardado —le dijo el joven— ¿Qué me falta aún? (Mt 19, 20).
En el fondo el joven lo que buscaba era quedar bien. Está orgulloso de sí mismo, le gusta ser el centro y lo manifiesta claramente: —¿Cuáles?...  ¿Qué me falta aún?... –Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Pobre. No estaba preparado para seguirte. Es el peligro de reducir la fe a cumplir mandamiento. Jesús, ayúdame a quererte.
·         Dile a Jesús que la cosa más monstruosa es el aparentar.
Propósito: no ser queda-bien ni cumple-mandamientos.