Somos su pueblo y ovejas
de su rebaño (Sal 99).
Jesús, en la Misa me he fijado que el sacerdote, antes de la
comunión, te eleva sobre el altar y dice: Este es el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo. Yo miro y miro, pero nada: ni cordero ni
oveja, solo veo pan. ¿Se trata de otro de tus disfraces? Jesús, con los ojos
del alma sí que te veo: eres el cordero inocente que mueres por mí. Te veo en
la Sagrada Forma pero te veo también en ese niño enfermo, en el viejito
olvidado, en la mujer explotada, en el drogadicto: son los nuevos corderos de
Dios.
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Jesús que te sepa ver
en los necesitados, enfermos, en los que sufren. ¿Cuándo me apunto a una visita
a pobres de la Virgen?
Mis ovejas escuchan mi
voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna (Jn
10,27).
Jesús, en clase con mis amigos, a veces payaseamos como somos de
la sección “B”. Por eso, empezamos a balar: Beee, beee… como las ovejas. Cuando
se lo cuento a mi abuela, que es una santa, me recuerda la poesía de Lope de
Vega: Pastor, que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño;
Tú, que hiciste cayado de ese leño en que tiendes los brazos poderosos (…) Oye,
Pastor, pues por amor mueres, no te espante el rigor de mis pecados… Jesús
quiero ser oveja de tu rebaño para escuchar siempre tu voz, para no perder ni
uno de tus silbos amorosos.
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¿Le haces caso en todo
a Jesús?
Propósito: Decirle que sí a Jesús.