domingo, 18 de enero de 2015

Sigue teniendo hambre

Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras an­daban los discípulos iban arrancando espigas» (Mc 2, 23).
Jesús, hay que tener bastante hambre para comerse crudos los granos de tri­go... ¿Tanta hambre pasabas Tú y tus discípulos? “Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer” (Mc 6, 30-32). Jesús, no quieres que yo pase hambre —estás en pleno crecimiento, me di­ces— pero si alguna vez llega, me acordaré de Ti: “Bienaventurados los ham­brientos porque quedarán saciados” (Mt 5, 6). Ahora que he vuelto al colegio y que ir a Misa es tan fácil, quiero tener hambre de Ti, que no se me pase la hora… sé que te necesito, eres el Alimento que da la Vida Eterna; y como soy tan débil necesito alimentarme a diario.
Jesús, dame hambre de Ti y sáciame en la Eucaristía.
Muy de mañana, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre. Viendo una higuera junto al camino se acercó (Mt 21, 18-19).
Jesús, Tú también tienes hambre, y te acercas a mí, buscas en qué te puedo ayudar y me pides… Lo que pasa es que yo soy una higuera muy especial, soy una higuera escurridiza, con pies, que sale corriendo… porque sé que poner­me cerca de Ti tiene sus riesgos… Por eso se me da muy bien el pedirte –en la Comunión, al hacerTe la Visita, cuando Te saludo o me despido de Ti al llegar al Colegio–; y tantas veces noto que te acercas a mí, que buscas algo de mí, que me necesitas para ayudarTe… y entonces me entran las prisas: perdóname, Jesús, porque no sacio tu hambre.
Jesús, que “higos” necesitas de mí.

Propósito: Dejar que Jesús me pida en la Comunión.