Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo.
Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «levántate y ponte ahí en medio». Y a
ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?: ¿hacer lo bueno o lo malo?
¿Salvar la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados (Mc 3, 2-4).
Jesús, pretenden cacharte. Eran prisioneros de sus prejuicios y
sin preocuparles para nada aquel hombre enfermo. Sólo les interesaba acusarte.
Bien les citaste a Isaías: “Mirando, no vean; oyendo, no entiendan”.
Jesús, ¿no me pasará a mí algo parecido? Quizá yo también estoy “al acecho”:
juzgo con dureza a la Iglesia o a sus miembros y no quiero ver tanto heroísmo y
santidad en sus misioneros, amas de casa, fontaneros, bomberos, profesores…O
me quedo callado, y mi silencio me hace cómplice.
►Jesús, que no me calle y sepa dar la cara. Que te defienda.
Entristecido por la dureza de su corazón le dijo al hombre
«extiende el brazo». Lo extendió y quedó restablecido (Mc 3, 5).
Jesús, fuiste mirando uno a uno. Te asomaste a sus ojos –la mirada
es el espejo del alma– y viste corazones duros, acorazados, insensibles. Jesús,
me miras a los ojos y quiero que encuentres un corazón sin prejuicios, libre
para amarte.
►¿Qué es lo que encuentras Jesús en mi mirada?
Propósito: Ser menos retorcido.