lunes, 19 de enero de 2015

Jesús, sin prejuicios

Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusar­lo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?: ¿hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvar la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados (Mc 3, 2-4).
Jesús, pretenden cacharte. Eran prisioneros de sus prejuicios y sin preocu­parles para nada aquel hombre enfermo. Sólo les interesaba acusarte. Bien les citaste a Isaías: “Mirando, no vean; oyendo, no entiendan”. Jesús, ¿no me pasará a mí algo parecido? Quizá yo también estoy “al acecho”: juzgo con dureza a la Iglesia o a sus miembros y no quiero ver tanto heroísmo y santidad en sus misioneros, amas de casa, fontaneros, bomberos, profeso­res…O me quedo callado, y mi silencio me hace cómplice.
Jesús, que no me calle y sepa dar la cara. Que te defienda.
Entristecido por la dureza de su corazón le dijo al hombre «extiende el brazo». Lo extendió y quedó restablecido (Mc 3, 5).
Jesús, fuiste mirando uno a uno. Te asomaste a sus ojos –la mirada es el espejo del alma– y viste corazones duros, acorazados, insensibles. Jesús, me miras a los ojos y quiero que encuentres un corazón sin prejuicios, libre para amarte.
¿Qué es lo que encuentras Jesús en mi mirada?

Propósito: Ser menos retorcido.