martes, 27 de enero de 2015

¡Ya cállate…!

El que tenga oídos para oír que oiga (Mc 4, 23).
Jesús, hace unos meses el Papa fue de peregrino a Santiago de Compostela, entonces leí en una revista lo impresionante que es eso del Camino de Santiago. Días y días caminando desde Francia de peregrinos hasta la tumba del Apóstol Santiago, donde los gallegos. Dicen que más que la espléndida vegetación de algunas regiones, lo que más impresiona son las planicies inmensas de Castilla donde se confunde en el horizonte el cielo con la tierra. Pensé en el Hijo Pródigo que solo y en el silencio, debajo de una encina, “recapacitó”. En el silencio del campo y en el del Sagrario se oye bien a Dios, porque habla Tú hablas bajito, y hay que tener bien abiertos los oídos del alma.
Mira cómo evitar la contaminación acústica –ruidos, música, tv, palabras vanas…– y escuchar más al Señor.
A la mañana, mucho antes de amanecer se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba (Mc 1, 35).
Jesús, Tú también necesitabas, como del agua y del oxígeno, de esos mo­mentos de silencio, de soledad para hablar con el Padre. A mí me pasa igual: necesito hablar contigo, platicarte sin palabras que llenen los silencios. No podemos olvidar, como escribe San Josemaría que “el silencio es como el portero de la vida interior” (Camino 281). Jesús, el silencio es un frágil te­sORO que quiero regalarte: lo guardo con cuidado para que Tú me hables, sabiendo que cualquier palabra lo puede romper.
Dar a Jesús cada día unos minutos del “frágil” tesORO de mi silencio.

Propósito: Usar “silenciador” en la moto de mi alma.