jueves, 23 de junio de 2016

Verdaderamente poderoso

En esto, trajeron a donde él estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”. (Mt 9, 2).
Jesús, miraste con cariño a ese hombre que desde a saber cuándo estaba tirado en su camilla. Pero antes de curarle la parálisis, le perdonas los pecados. Mis pecados, muchos o pocos, son peor que una parálisis. También los pecados de mis amigos, los paralizan. ¡Qué poder el de tu palabra, Jesús!
No habrá llegado la hora de experimentar el poder de Dios en la confesión. Prepara tu confesión.
El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres (Mt 8, 33-34).
Nuestro Dios es un Dios optimista, positivo, que levanta a la gente. El pecado nos aplasta, nos hunde. Nos deja como cáscara de banano en el suelo. Está ahí pudriéndose y convirtiéndose en ocasión de que otros se caigan por su culpa. No quiero ser causa de caídas para nadie. Se me viene algo a la cabeza ahora: cuando termine de confesarme, y me ponga de pie nuevamente, pensaré que estoy en una película de aventura, justo en la parte donde el héroe después de estar a punto de morir, cobra fuerza, se levanta y cumple con su misión.
No te levantes sólo, ayuda a otros a ponerse de pie.

Propósito: Saborear el momento en que Jesús me cura al confesarme.