martes, 23 de mayo de 2017

Descanso en la fatiga, brisa en el estío

Dijo Jesús a sus discípulos: Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? (Jn 16,5).
Jesús, realmente tus discípulos estaban bastante dormidos. Ninguno se atreve a preguntarte, pero yo sí. Vamos a ver, ¿a dónde vas…? —Con el Padre, ¿verdad…? —Algo me sospechaba. Siempre nos estás hablando del Padre a quien quieres con locura. Siempre quieres cumplir su dicho­sa Voluntad, pero ¿Qué va a ser de nosotros? Jesús, ¿Quién llenará tu ausencia? ¡No nos dejes solos!
Pide a Jesús que nos mande a alguien como Él, que sea todo Amor. ¿Es posible?
Os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros (Jn 16,7).
Jesús, siempre me resulta difícil tratar al Espíritu Santo, al Gran Desconocido. A ti te veo, más o menos, escondido en la Eucaristía, pero a un espíritu… es difícil querer, no se le puede abrazar... Y es que no es tanto cómo es sino cómo actúa. El Espíritu Santo actúa, para entender­nos, como el aire acondicionado del alma: dulce huésped del alma, dulce refrigerio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío. O quizá mejor como el aire climatizado del alma, porque también da calor y hume­dad: riega lo que está árido, sana lo que está enfermo. Doblega lo que está rígido, calienta lo que está frío (cfr. Secuencia del Espíritu Santo).
Acude a Dios Espíritu Santo para que aclimate tu alma.

Propósito: hacer del Gran Desconocido, el Santificador de tu alma.