A uno le dejó cinco
talentos de plata, a otro dos a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego
se marchó. (Mt 25, 15).
¿Qué he hecho con los
talentos que me has dado, mi Jesús? No me refiero sólo a mi extraordinaria
capacidad de usar los controles del Xbox, sino a los otros. La verdad es que
soy un comodón y no me doy cuenta de todo lo que soy capaz de dar en servicio
de los demás. Hace unos días me enojé conmigo mismo porque descubrí que se me
daba muy bien lavar los platos, cortar la grama, dejar ordenada la sala, y en
cambio (pero esto es sólo aquí entre tú y yo) soy un tieso con los
videojuegos, un pato para jugar FIFA, si hasta juego en nivel amateur.
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Pulir mi talento y ponerlo al servicio de los demás.
Muy bien. Eres un
empleado fiel y cumplidor: como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo
importante; pasa al banquete de tu señor (Mt 25, 21).
Así me imagino mi
llegada al cielo. Me pongo de pie, y entre la algarabía de los presentes paso a
recibir mi premio. “Nadie lavaba tan bien los platos”, dirá el ángel
comentarista. “Y vaya si me costó convencerlo de que servir era lo suyo”, dirá
mi custodio. Al final de la premiación celestial, revisando los premios
resultará que no habrá nada para expertos en Xbox, Nintendo, etc. Menos mal me
cambié de categoría a tiempo, diré con una sonrisa.
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Vamos a barrer con todos los premios de la categoría “servicios”.
Propósito: ofrecerme a
lavar los platos