Más fácil le es a un
camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los
Cielos (Mt 19, 25).
Hace unos días vi a mi
abuelita cosiendo. Me pidió que le enhebrara la aguja porque era tarde y ya no
veía muy bien. No pude. Al final lo terminó haciendo ella. Ahora pienso, ¡y un
camello! Ni mi abuela. No quiero ser de esos “ricos” cara-de-camello de los que
habla el Evangelio, Jesús. Y aunque no tengo muchas propiedades a mi nombre, sí
que llamo a muchas cosas “mías” y hay de aquel que me las agarre.
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¿No podrías ser más generoso y prestar tus cosas con más facilidad?
El que por mí deja
casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien
veces más, y heredará la vida eterna (Mt 19, 29).
Si a veces me cuesta
tanto prestar las cosas, Jesús, ¿qué pasaría si tú me lo pidieras todo? Me
mareo sólo de pensarlo. Tener que dejar el cel, el carro, la bici, la tele, la
laptop, mi camiseta del Madrid (sí, soy del Madrid y ¿qué?), y un largo etc. Un
día le comencé a preguntar a un sacerdote que si me llegaba a entregar a Dios
ir al cine, a fiestas, a… Me paró, y me preguntó: ¿por qué te aflige tanto lo
que se deja por Jesús? Piensa más en lo que Él te da. “Cien veces más y la vida
eterna”, ¿te parece poco a cambio de lo que dejas? No sabía que contestar.
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Piénsalo bien, el Amor de Dios vale más que el amor de cualquier persona en la
tierra.
Propósito: prestar algo a
alguien… o mejor aún, ¡regalar!