Como
había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les
dijo: Me da lástima de esta gente (Mc 8, 1-2).
Jesús,
no me canso de contemplarte una y otra vez. En ti encuentro un rostro siempre
nuevo e inagotable que me invita a seguirte. Puedo observar tu gesto cordial y
optimista, tu buen humor, tu tristeza ante el mal, tu mirar compasivo y
misericordioso: Me da lástima de esta gente. Te das cuenta de las necesidades
de la gente, de cada uno, también de las mías.
Jesús,
estos días, por dentro hablo contigo agradeciéndote tantas cosas.
Llevan
ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en
ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos
(Mc 8, 2-3).
Un
Dios que es Padre y a la vez con corazón de Madre. Sólo los ojos de madre
pueden ver ciertas cosas: No tienen qué comer (...), se van a desmayar por el
camino, (...) han venido desde lejos. Y a mí me dices: tienes mala cara, ¿no
tendrás fiebre?, hoy no has dormido bien, ¿verdad?, a ver, ¿qué ha pasado hoy
en clase?... Y surge mansa la oración como el agua de una fuente: Pues mira
Jesús a mí lo que me pasa es que...
Dale
un poco de pena a Jesús para que te haga caso (se deja engañar) pero no seas
quejón.
Propósito: dar un
poco de pena.