Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento (Jn 9, 1).
¡Pobre hombre! Al ser
ciego de nacimiento jamás pudo ver a su mamá, ni el amanecer, ni los colores,
ni el rostro de sus hijos. Ahí se pasaba el día entero, a la luz del sol, pero
en medio de la oscuridad y de la indiferencia de todos. Jesús, me
recuerdas otra historia: Era el primer día de primavera. El metro estaba a
rebosar. Llegó a su parada de siempre y antes de subir las escaleras para
salir, se paró ante un hombre que pedía limosna. Tenía un cartel: «Soy
ciego, deme algo». Como director de Marketing de una gran empresa le pidió
permiso para cambiar el texto. A partir de ese momento le llovieron las
limosnas.
u ¿No seré yo también un poco ciego para
las cosas de Dios?
Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en
los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé» (que significa
Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista (Jn 9, 6).
Por la tarde, el director
de Marketing de regreso a casa, vuelve a pasar. No se sabe cómo pero el ciego
le reconoció: —¿Ha sido usted, verdad? —Por favor ¿Qué es lo que ha escrito
en el cartel? Pues muy sencillo: «Hoy comienza la primavera pero yo no
puedo verla» (cfr Eduardo Camino, Formar líderes). Benedito XVI en la
Pascua 2012 nos decía. La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre (…) La
oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra
existencia y para el mundo en general.
u Para poder ver, tengo que limpiar los
ojos del alma en la confesión.
Propósito: Evitar cuidar
cerdos, cueste lo que cueste.