domingo, 11 de febrero de 2018

Extendió la mano y le tocó

Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «si quieres puedes limpiarme»”(Mc 1, 40).
Jesús, debió ser algo parecido a lo que relata un escritor: “Uno de aquellos pequeños de unos 6 años de edad pero no sé si era niño o niña, se encaprichó extrañamente de mí. Era una cosa pequeña, miserable, pálida y medio alelada. Yo nunca había visto un niño al que me sintiera menos inclinado a acariciar que aquel. Pero ese pequeño monstruito enfermizo rondaba a mi alrededor, agarrado a mi ropa, siguiendo mis pasos, y al final levantando las manos me sonrió y poniéndose justo delante de mí, insistía en que lo abrazara. Era como si Dios le hubiera prometido al niño ese favor de mi parte y yo tuviera que cumplir esa promesa”.
Acariciaste con cariño y ternura al leproso. ¿Cómo trato a los demás?
Sintiendo lástima, extendió la mano y la tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio (Mc 1,43).
Abracé a ese niño repugnante y lo acaricié con tanta ternura como si hubiera sido su padre. Sostuve en brazos mi indeseable carga un rato y, después de dejar al niño en el suelo todavía me seguía, cogiendo dos de mis dedos y jugando con ellos, como si fuera un hijo mío. Era un niño abandonado, discapacitado ¡Me había elegido para ser su padre! Jesús, que me deje elegir por los que no tienen.
Hay muchos enfermos y niños que esperan mi visita ¿A qué espero?

Propósito: no hacer “ascos” de nadie.