Se
acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «si quieres puedes
limpiarme»”(Mc 1, 40).
Jesús,
debió ser algo parecido a lo que relata un escritor: “Uno de aquellos pequeños
de unos 6 años de edad pero no sé si era niño o niña, se encaprichó
extrañamente de mí. Era una cosa pequeña, miserable, pálida y medio alelada. Yo
nunca había visto un niño al que me sintiera menos inclinado a acariciar que
aquel. Pero ese pequeño monstruito enfermizo rondaba a mi alrededor, agarrado a
mi ropa, siguiendo mis pasos, y al final levantando las manos me sonrió y
poniéndose justo delante de mí, insistía en que lo abrazara. Era como si Dios
le hubiera prometido al niño ese favor de mi parte y yo tuviera que cumplir esa
promesa”.
Acariciaste
con cariño y ternura al leproso. ¿Cómo trato a los demás?
Sintiendo
lástima, extendió la mano y la tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra
se le quitó inmediatamente y quedó limpio (Mc 1,43).
Abracé
a ese niño repugnante y lo acaricié con tanta ternura como si hubiera sido su
padre. Sostuve en brazos mi indeseable carga un rato y, después de dejar al
niño en el suelo todavía me seguía, cogiendo dos de mis dedos y jugando con
ellos, como si fuera un hijo mío. Era un niño abandonado, discapacitado ¡Me
había elegido para ser su padre! Jesús, que me deje elegir por los que no
tienen.
Hay muchos enfermos y niños que
esperan mi visita ¿A qué espero?
Propósito: no hacer
“ascos” de nadie.