sábado, 17 de febrero de 2018

¡Las llamadas perdidas de Dios!

Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme» (Lc 5, 27).
Bueno, Jesús, que ya te voy conociendo. Pasabas por ahí, quizá haciéndote el despistado, como el que no quiere la cosa. Pero en el fondo querías practicar tu deporte favorito: la pesca. Y ahí, encadenado, bajo el peso del montón de dinero, estaba tu amigo Mateo, un pez gordo. Al pobre no le cuadraban las cuentas: aquí me falta algo…, decía; efectivamente tenía un agujero, un vacío interior que no había forma de llenar: ¡Me falta algo, pero no sé lo que es! Mateo alzó la vista y se encontró con tu mirada. Y le dijo: «Sígueme» Y el gran vacío se le llenó de golpe, y al instante, dejándolo todo, te siguió. ¡Qué alivio! ¡El mejor negocio de su vida!
Esos vacíos que no llenan mi vida, ¿no los podría llenar Jesús?
Él, dejándolo todo se levantó y lo siguió (Lc 5, 27).
Jesús, a veces miro el celular y me lo encuentro lleno de llamadas perdidas, de Whatsapps. Son mis amigos, que me aprecian y quieren hablar conmigo, contarme sus cosas. En cuanto puedo me pongo en contacto con ellos. Tú también, Jesús, me sigues llamando continuamente en los aconteceres de cada día. Quieres decirme algo, hacerme presente tu cariño. Y le dijo: «Sígueme» ¿Soy consciente de esas llamadas que me haces? ¿Me hago el sordo?
Jesús, que no pierda ninguna de tus llamadas.

Propósito: no hacerme el sordo.