jueves, 15 de febrero de 2018

Pero, ¿dónde se esconde la Cruz escondida?

Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su alma? (Lc 9, 24-25).
¡Pobre Jesús!... ¡Siempre con la Cruz a cuestas!... Oye, Jesús, ¿y no te cansas? Ya va siendo hora de que descanses un poco. Hoy quiero ser yo quien lleve tu cruz, la cruz de cada día; hoy voy a ser tu Cireneo. Por eso hoy mi cruz será no responder ante las burlas, tratar con cariño a mis hermanos, ayudar en la casa, no protestar, ponerme de portero en el futbol, sacar la basura, estudiar de verdad…
Pregúntale a Jesús de qué más.
El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (Lc 9, 23).
¡Ya está! Lo he entendido: el que busca la Cruz se encuentra contigo, con Cristo. Jesús, esto me recuerda la historia de Carlitos. Aquel domingo fue a Misa con su abuela. Al entrar en la Parroquia se encontró, presidiendo el altar, un Crucificado de gran tamaño. El pobre Carlitos, asustado, se escondió detrás de la abuela y preguntó: —Abuela, ese, ¿quién es? La abuela le explicó que era Jesús… —¿Y quién lo ha puesto ahí? Unos hombres malos le crucificaron. —Abuela, preguntó más asustado: ¿Esos hombres malos siguen por aquí? Efectivamente, por aquí seguimos algunos, pero tranqui, que también hay cireneos.
Con voz de trapo decía aquel niño: Pobre Jezuz, tan zolo en la Cruz.

Propósito: llevar la cruz.