A
los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían más que un pan en la barca
(Mc 8, 14).
«¡Al
que nunca se le haya olvidado comprar el pan que tire la primera piedra...!» A
mi ¡tantas veces!: los domingos, en un día de excursión… Jesús cómo me gusta
que tus discípulos sean tan... normales, como yo. Y a falta de pan, buenas son
las tortillas. No solo se les olvida el pan, sino que además empiezan a pegarse
entre ellos. Están susceptibles, son peleones. Ellos comentaban: —Lo dice
porque no tenemos pan. Viven en su pequeño mundo. Necesitan que Jesús les
despierte.
Jesús, ayúdame a evitar las peleas en
casa, a salir de mi pequeño mundo.
Dándose
cuenta, les dijo Jesús: —¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de
entender?» (Mc 8, 17).
Y
Tú, Jesús, les hablas de la levadura y se pierden en la explicación. Los
pobres, de verdad, es que no se enteran... Están tan metidos en sus cosas, en
otra onda. Tú aprovechas la ocasión para con buen humor, “tirarles de las
orejas”: ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos
si no oís? (Mc 8, 19). Porque donde hay cariño de verdad se puede exigir sin
herir. Yo a cuantos amo, los reprendo (Ap 3,19).
¿Dejo que me exijan? ¿Lo agradezco?
¿De verdad?
Propósito: dejar que me
exijan.